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—¡Pero así es! —insistió David—. Pronto habrá una fiesta y el

rey esperará que yo esté presente. Yo iré a ver a mis hermanos. Dos

días después de la fiesta regresaré y me esconderé en el campo.

Cuando tu padre vea que yo no estoy en el banquete, dile

que fui a visitar a mi familia. Si se enoja por eso,

entenderás que él está tratando de matarme.

—Muy bien —respondió Jonatán—. Escóndete en la

peña que hay en el campo. Si mi padre está tratando de

hacerte daño, yo te lo diré. Este es mi plan —continuó

Jonatán—. Yo voy a lanzar unas flechas más allá de la roca. Luego enviaré a mi criado para

que recoja las flechas. Si grito al muchacho y le digo: «Mira, las flechas están más allá»,

entonces sabrás que mi padre realmente quiere matarte, y necesitas huir para salvarte.

Cuando el rey Saúl se sentó a la mesa ese día de la fiesta, vio que el asiento de David

estaba vacío, pero no dijo nada al respecto.

Al siguiente día a la hora de la comida, el rey Saúl vio que la silla de David todavía estaba

vacía. Volteándose hacia Jonatán, le preguntó:

—¿Dónde está David?

—David fue a visitar a su familia durante la fiesta —respondió Jonatán.

—¡Me he dado cuenta de que quieres que David sea rey! —gritó Saúl rojo de ira—. ¡Ve a

traer a David para que lo mate!

Jonatán comprendió que su padre verdaderamente quería hacer algo terrible.

A la mañana siguiente Jonatán fue al campo. Llevó algunas flechas; apuntando cerca de la

roca, las lanzó.

El muchacho que servía a Jonatán corrió a buscar la

flecha.

—¡Corre más allá! —mandó Jonatán con

voz fuerte—. La flecha está adelante de ti.

Cuando el muchacho regresó, Jonatán lo

envió de vuelta al pueblo. Entonces él y

David se despidieron.

—No podremos vernos por

bastante tiempo —dijo Jonatán—.

Pero todavía seguiremos siendo

amigos —prometió.

—Sí, ¡seremos amigos para

siempre! —dijo David.

Y así fue.