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—¿Hay alguien de la familia de Saúl que vive todavía? —le preguntó el rey David a

Siba—. Si hay alguno, quiero mostrarle la bondad de Dios.

—Sí —respondió Siba—. Un hijo de Jonatán está vivo. Mefiboset, que está cojo. Se

lastimó cuando era niño y quedó lisiado de ambos pies.

—Quiero verlo —dijo el rey David con una sonrisa.

Así que el rey mandó unos sirvientes que trajeran a Mefiboset al palacio.

El estómago de Mefiboset le empezó a doler cuando escuchó el mensaje del rey David. Él

sabía que su abuelo, el rey Saúl, había tratado a David cruelmente. ¿Por qué quería el rey

David que él fuera al palacio? ¿Iría a hacerle daño el rey? Él sabía que no podía decir nada,

pero realmente no quería ver al rey David.

Cuando Mefiboset llegó al palacio, hizo una gran reverencia ante el rey David.

—Yo soy tu siervo —le dijo.

—¡No tengas temor! —contestó David amablemente—. Tu padre Jonatán fue mi mejor

amigo. Esa es la razón por la que quise que vinieras. Te estoy dando todas las tierras que una

vez pertenecieron a tu abuelo Saúl. Y quiero que vivas aquí en mi palacio.

Con la boca abierta de sorpresa, preguntó Mefiboset:

—¿Por qué quiere hacer tal bondad conmigo?

—Porque quise mucho a tu padre —contestó el rey—, y le prometí que cuidaría de su

familia.

Así que Mefiboset se mudó al hermoso palacio del rey David. De ese momento en

adelante, David trató a Mefiboset como si fuera uno de sus propios hijos. Y David y Mefiboset

pronto llegaron a ser buenos amigos.