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—Ninguno puede hacer lo que el rey pide —dijeron en voz baja.

—¡Mátenlos! ¡Llévense a todos los sabios! —ordenó el rey Nabucodonosor muy enojado.

Daniel era uno de esos sabios, pero a él no lo habían despertado aquella noche. Se enteró

del problema cuando los guardias fueron a buscarlo para matarlo junto con los demás.

—¿Cuál es el problema del rey? —preguntó Daniel.

—El rey ha tenido un sueño inquietante. Y los sabios no pudieron decirle lo que era —le

explicó el guardia.

—Por favor —dijo Daniel—, permíteme hablar con el rey.

Daniel se inclinó ante el rey.

—Por favor concédame algo de tiempo —solicitó con mucho tacto—. Quiero orar a mi

Dios y pedirle que me revele su sueño y lo que significa.

El rey Nabucodonosor frunció el ceño, pero aceptó.

Daniel se apresuró para ir con sus tres mejores amigos. Juntos oraron para que Dios le

mostrara el secreto a Daniel. Esa noche Dios le dijo a Daniel cuál era el sueño del rey.

A la mañana siguiente Daniel regresó ante el rey Nabucodonosor.

—¿Puedes decirme lo que soñé y su significado? —demandó el rey.

—No —respondió Daniel—, yo no puedo. Pero hay un Dios en el cielo que explica las

cosas secretas.

Y Daniel le dijo exactamente al rey lo que había soñado, y lo que significaba.

—¡Ese es mi sueño! —exclamó el rey Nabucodonosor—.

¡Ahora sé que tu Dios es más grande que todos nuestros

dioses!

Nabucodonosor hizo a Daniel gobernador del

reino. Y lo puso a cargo de todos los

sabios.

Daniel estaba feliz de ayudar al

rey. Estaba feliz de haber ayudado a los

sabios a salir del problema. Pero Daniel

estaba más feliz porque el rey

Nabucodonosor ahora sabía que el

Dios de los cielos es el único Dios

verdadero.