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que durante treinta días todo el mundo te adore únicamente a ti. Si alguien desobedece,

deberá ser echado en el foso de los leones.

Al rey Darío le gustaba la idea de que todo el mundo se inclinaran ante él. Y si el rey

hacía una ley, esta no podía ser cambiada. Así que él estuvo de acuerdo.

Los príncipes sonreían mientras se alejaban.

—¡Ahora podremos pescar a Daniel! Todos saben que Daniel ora tres veces al día con las

ventanas abiertas.

Los príncipes vigilaron. Pronto vieron a Daniel orando, no al rey, sino a su Dios.

Rápidamente fueron ante el rey.

—Daniel todavía sigue orando a su Dios —le informaron.

Ahora el rey Darío se dio cuenta de que los príncipes le habían pedido que hiciera esa ley

para deshacerse de Daniel. El rey Darío quería a Daniel. Pero el rey había dado la ley, así que

tenía que cumplirla. Daniel tenía que ir al foso de los leones.

—¡Que tu Dios, a quien continuamente sirves, pueda salvarte! —le dijo el rey a Daniel

cuando los soldados se lo llevaron.

Toda esa noche el rey Darío estuvo preocupado por Daniel.

Y cuando fue a la cama, no pudo dormir. Tan pronto

como los primeros rayos del sol brillaron, el rey fue

apresuradamente al foso de los leones.

—¡Daniel! ¿Te salvó tu Dios de los leones?

—gritó ansiosamente.

—¡Oh rey, para siempre vive! —contestó

Daniel—. ¡Mi Dios envió a su ángel para cerrar

la boca de los leones!

El rey sonrió cuando los soldados

sacaban a Daniel del foso de los leones.

Rápidamente regresó a su palacio y escribió

una carta para ser leída en todo su reino.

«El Dios de Daniel es el Dios viviente

—escribió el rey—. ¡Su Dios puede

rescatar y salvar a su pueblo. Su Dios salvó

a Daniel de los leones!»

La ley del rey Darío no podía impedir

a Daniel que orara. Los leones no pudieron

detener a Daniel para que no orara. Dios

escuchó las oraciones de Daniel. Dios

también escucha tus oraciones.