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Material auxiliar para el maestro //

Lección 7

Quizá lo que llevó al pueblo a buscar a Dios con perseverancia haya sido

el deseo de ver a Dios actuando. Ellos estaban preocupados. Su ansiedad se

demuestra en la petición de su oración: “No permitas que todas las privacio-

nes que hemos sufrido te parezcan insignificantes” (Neh. 9:32, NTV). En otras

palabras, el pueblo le está pidiendo a Dios que no pase por alto todo lo que le

estuvo sucediendo: las naciones vecinas no los reciben en su propia tierra; han

soportado persecución; y se están esforzando mucho, tratando de reconstruir

su ciudad amada. Le piden a Dios que intervenga, que actúe, que vea, que oiga

y que responda. Al final de la reunión, los líderes invitan a toda la asamblea

a ponerse de pie. Entonces, comienzan a clamar al Señor y elevan la oración

registrada en Nehemías 9:5 al 38, que está entre las mejores oraciones regis-

tradas en la Biblia.

Oración de confesión

Las oraciones públicas colectivas, las confesiones, registradas en Nehemías

9, demuestran una profunda comprensión de la naturaleza del pecado, al igual

que el reconocimiento de su falta de amor por el prójimo. El pueblo ayunó

y se echó polvo sobre la cabeza, señales externas de humildad ante Dios. El

planteamiento humilde de los pecados pasados ​de la nación demostró que los

cautivos repatriados se daban cuenta de la facilidad con que podían caer en

el mismo curso de desobediencia e infidelidad a Dios que sus antepasados. No

querían repetir el ciclo.

Los israelitas reconocieron los pecados de su nación que los habían llevado

al exilio. Habían expulsado a Dios de su vida; de hecho, dijeron: “¡Dios, no te

queremos!” Como Dios respeta nuestros deseos y no se impone sobre sus súb-

ditos, dejó que su pueblo experimentara las consecuencias de rechazarlo. Quizá

la mejor descripción de lo que sucede cuando expulsamos a Dios esté en el libro

de Ezequiel. Este profeta pinta el cuadro de Dios saliendo de Israel después de

enviar una advertencia tras otra al pueblo (Eze. 5:11; Eze. 8:6). Cuando el pueblo

no lo quiere, Dios se marcha. Su Trono se muda al monte de los Olivos y, cuando

su presencia abandona Jerusalén, la destrucción los alcanza (ver además Mat.

23:37, 38). Cuando se retira la protección de Dios, Satanás se instala, porque

“como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar” (1 Ped. 5:8).

Ahora el pueblo de Israel repasa todo lo que había hecho como nación. Se

horrorizan de lo mal que siguieron a Dios. Además, cada uno es consciente de

su propia insuficiencia al andar con Dios.

Sin embargo, también vieron un patrón en la fidelidad de Dios. Como en el

libro de Ezequiel, su historia no termina cuando Dios sale de Jerusalén (Eze.

43:1-5; Eze. 48:35). Pero, cuando son deportados a Babilonia, Dios se muda con

ellos a Babilonia. Él nunca dejaría a su pueblo. Permitió que se alejaran un poco

para despertarlos y atraerlos a fin de que anden con él, pero nunca los soltó.

Al final del libro de Ezequiel, promete llevarlos de regreso a Jerusalén y volver

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