nuestras
creencias
su pueblo y fortalecerlo. Al participar en ella,
proclamamos gozosamente la muerte del Señor hasta
que venga. La preparación para la Cena incluye un
examen de conciencia, arrepentimiento y confesión. El
Maestro ordenó el rito de humildad (lavamiento de los
pies) para manifestar una renovada purificación,
expresar disposición a servirnos mutuamente y con
humildad cristiana, y unir nuestros corazones en amor.
Todos los creyentes cristianos pueden participar del
servicio de comunión (1 Cor. 10: 16-17; 11: 23-30;
Mat. 26: 17-30; Apoc. 3: 20; Juan 6: 48-63; 13: 1-17).
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Los dones y ministerios
espirituales.
Dios concede a todos
los miembros de su iglesia en todas las edades dones
espirituales para que cada miembro los emplee en
amante ministerio por el bien común de la iglesia y de
la humanidad. Concedidos mediante la operación del
Espíritu Santo, quien los distribuye entre cada
miembro según su voluntad, los dones proveen todos
los ministerios y habilidades necesarios para que la
iglesia cumpla su función divinamente ordenada. De
acuerdo con las Escrituras estos dones incluyen
ministerios tales como fe, sanidad, profecía,
predicación, enseñanza, administración,
reconciliación, compasión y servicio abnegado, y
caridad para ayudar y animar a nuestros semejantes.
Algunos miembros son llamados por Dios y dotados
por el Espíritu Santo para cumplir funciones
reconocidas por la iglesia en los ministerios pastoral,
evangelizador, apostólico y de enseñanza,
particularmente necesarios a fin de equipar a los
miembros para el servicio, edificar a la iglesia de modo
que alcance madurez espiritual, y promover la unidad
de la fe y el conocimiento de Dios. Cuando los
miembros emplean estos dones espirituales como
fieles mayordomos de las numerosas bendiciones de
Dios, la iglesia es protegida de la influencia destructora
de las falsas doctrinas, crece gracias a un desarrollo
que procede de Dios, y es edificada en la fe y el amor
(Rom. 12: 4-8; 1 Cor. 12: 9-11, 27, 28; Efe. 4: 8, 11-16;
Hech. 6: 1-7; 1 Tim. 3: 1-13; 1 Ped. 4: 10-11).
18
El don de profecía.
Uno de los
dones del Espíritu Santo es el de profecía.
Este don es una de las características de la iglesia
remanente y se manifestó en el ministerio de Elena G.
de White. Como mensajera del Señor, sus escritos son
una permanente y autorizada fuente de verdad y
proveen consuelo, dirección, instrucción y corrección a
la iglesia. También establecen con claridad que la
Biblia es la norma por la cual deben ser evaluadas
todas la enseñanzas y toda experiencia (Joel 2: 28-29;
Hech. 2: 14-21; Heb. 1: 1-3; Apoc. 12: 17; 19: 10).
19
La ley de Dios.
Los grandes
principios de la ley de Dios están
incorporados en los Diez Mandamientos y
ejemplificados en la vida de Cristo. Expresan el amor,
la voluntad y el propósito de Dios con respecto a la
conducta y a las relaciones humanas, y están en
vigencia para todos los seres humanos de todas las
épocas. Estos preceptos constituyen la base del pacto
de Dios con su pueblo y la norma del juicio divino. Por
medio de la obra del Espíritu Santo señalan el pecado
y avivan la necesidad de un Salvador. La salvación es
solo por gracia y no por obras, pero su fruto es la
obediencia a los mandamientos. Esta obediencia
desarrolla el carácter cristiano y da como resultado
una sensación de bienestar. Es una evidencia de
nuestro amor al Señor y preocupación por nuestros
semejantes. La obediencia por fe demuestra el poder
de Cristo para transformar vidas y por lo tanto
fortalecer el testimonio cristiano (Éxo. 20: 1-17;
Sal. 40: 7-8; Mat. 22: 36-40; Deut. 28: 1-14; Mat. 5:
17-20; Heb. 8: 8-10; Juan 15: 7-10; Efe. 2: 8-10;
1 Juan 5: 3; Rom. 8: 3-4; Sal. 19: 7-14).
20
El Sábado.
El benéfico Creador
descansó el séptimo día después de los seis
días de la creación, e instituyó el sábado para todos los
hombres como un monumento de la Creación. El cuarto
mandamiento de la inmutable ley de Dios requiere la
observancia del séptimo día como un día de reposo,
culto y ministerio, en armonía con las enseñanzas y la
práctica de Jesús, el Señor del sábado. El sábado es un
día de deliciosa comunión con Dios y con nuestros
hermanos. Es un símbolo de nuestra redención en
Cristo, una señal de santificación, una demostración de
nuestra lealtad y una anticipación de nuestro futuro
eterno en el reino de de Dios. El sábado es la señal
perpetua de Dios del pacto eterno entre él y su pueblo.
La gozosa observancia de este tiempo sagrado de tarde
a tarde, de puesta de sol a puesta de sol, es una
celebración de la obra creadora y redentora de Dios
(Gén. 2: 1-3; Éxo. 20: 1-11; Luc. 4: 16; Isa. 56: 5-6; 58:
13-14; Mat. 12: 1-12; Éxo. 31: 13-17; Eze. 20: 12, 20;
Deut. 5: 12-15; Heb. 4: 1-11; Lev. 23: 32; Mar. 1: 32).
21
La mayordomía.
Somos
mayordomos de Dios, a quienes él ha
confiado tiempo y oportunidades, capacidades y
posesiones, y las bendiciones de la tierra y sus
recursos. Somos responsables ante él por su empleo
adecuado. Reconocemos que Dios es dueño de todo
mediante nuestro fiel servicio a él y a nuestros
semejantes, y al devolver los diezmos y al dar ofrendas
para la proclamación de su evangelio y para el sostén
y desarrollo de su iglesia. La mayordomía es un
privilegio que Dios nos ha concedido para que
crezcamos en amor y para que logremos la victoria
sobre el egoísmo y la codicia. El mayordomo fiel se
regocija por las bendiciones que reciben los demás
como fruto de su fidelidad (Gén. 1: 26-28; 2: 15;
1 Crón. 29: 14; Hag. 1: 3-11; Mal. 3: 8-12; 1 Cor. 9:
9-14; Mat. 23: 23; 2 Cor. 8: 1-15; Rom. 15: 26-27).
22
La conducta cristiana.
Se nos
invita a ser gente piadosa que piensa,
siente y obra en armonía con los principios del cielo.
Para que el espíritu vuelva a crear en nosotros el
carácter de nuestro Señor, participamos solamente de
lo que produce pureza, salud y gozo cristianos en
nuestra vida. Esto significa que nuestras recreaciones y
entretenimientos estarán en armonía con las más
elevadas normas de gusto y belleza cristianos. Si bien
reconocemos diferencias culturales, nuestra
vestimenta debiera ser sencilla, modesta y pulcra
como corresponde a aquellos cuya verdadera belleza
no consiste en el adorno exterior, sino en el
inmarcesible ornamento de un espíritu apacible y
tranquilo. Significa también que puesto que nuestros
cuerpos son el templo del Espíritu Santo, debemos
cuidarlos inteligentemente, junto con ejercicio físico y
descanso adecuados, y abstenernos de alimentos
impuros identificados como tales en las Escrituras.
Puesto que las bebidas alcohólicas, el tabaco y el
empleo irresponsable de drogas y narcóticos son
dañinos para nuestros cuerpos, también nos
abstendremos de ellos. En cambio, nos dedicaremos a
todo lo que ponga nuestros pensamientos y cuerpos
en armonía con la disciplina de Cristo, quien quiere
que gocemos de salud, de alegría y de todo lo bueno
(Rom. 12: 1-2; 1 Juan 2: 6; Efe. 5: 1-21; Fil. 4: 8; 2 Cor.
10: 5; 6: 14–7: 1; 1 Ped. 3: 1-4; 1 Cor. 6: 19-20; 10: 31;
Lev. 11: 1-47; 3 Juan 2).
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