8
nuestras
creencias
1
La Palabra de Dios.
Las Sagradas
Escrituras, que abarcan el Antiguo y el Nuevo
Testamento, constituyen la Palabra de Dios escrita,
transmitida por inspiración divina mediante santos
hombres de Dios que hablaron y escribieron siendo
impulsados por el Espíritu Santo. Por medio de esta
Palabra, Dios ha comunicado a los seres humanos el
conocimiento necesario para alcanzar la salvación. Las
Sagradas Escrituras son la infalible revelación de la
voluntad divina. Son la norma del carácter, el criterio
para evaluar la experiencia, la revelación autorizada
de las doctrinas, y un registro fidedigno de los actos de
Dios realizados en el curso de la historia (2 Ped. 1: 20-21;
2 Tim. 3: 16-17; Sal. 119: 105; Prov. 30: 5-6; Isa. 8: 20;
Juan 17: 17; 1 Tes. 2: 13; Heb. 4: 12).
2
La Deidad.
Hay un solo Dios, que es una
unidad de tres personas coeternas: Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Dios es inmortal, todopoderoso,
omnisapiente, superior a todos y omnipresente. Es
infinito y escapa a la comprensión humana, no obstante
lo cual se lo puede conocer mediante su propia revelación
que ha efectuado de sí mismo. Es eternamente digno de
reverencia, adoración y servicio por parte de toda la
creación (Deut. 6: 4; Mat. 28: 19; 2 Cor. 13: 14; Efe. 4: 4-6;
1 Ped. 1: 2; 1 Tim. 1: 17; Apoc. 14: 7).
3
Dios el Padre.
Dios, el Padre Eterno, es el
Creador, Origen, Sustentador y Soberano de toda
la creación. Es justo, santo, misericordioso y clemente,
tardo para la ira y abundante en amor y fidelidad. Las
cualidades y las facultades del Padre se manifiestan
también en el Hijo y el Espíritu Santo (Gén. 1: 1;
Apoc. 4: 11; 1 Cor. 15: 28; Juan 3: 16; 1 Juan 4: 8;
1 Tim. 1: 17; Éxo. 34: 6-7; Juan 14: 9).
4
Dios el Hijo.
Dios el Hijo eterno fue
encarnado en Jesucristo. Por medio de él fueron
creadas todas las cosas; él revela el carácter de Dios, lleva
a cabo la salvación de la humanidad y juzga al mundo.
Aunque es verdaderamente Dios, sempiterno, también
llegó a ser verdaderamente hombre, Jesús el Cristo. Fue
concebido por el Espíritu Santo y nació de la virgen
María. Vivió y experimentó tentaciones como ser
humano, pero ejemplificó perfectamente la justicia y el
amor de Dios. Mediante sus milagros manifestó el poder
de Dios y estos dieron testimonio de que era el
prometido Mesías de Dios. Sufrió y murió
voluntariamente en la cruz por nuestros pecados y en
nuestro lugar, resucitó de entre los muertos y ascendió al
Padre para ministrar en el Santuario celestial en nuestro
favor. Volverá otra vez con poder y gloria para liberar
definitivamente a su pueblo y restaurar todas las cosas
(Juan 1: 1-3, 14; Col. 1: 15-19; Juan 10: 30; 14: 9; Rom.
6: 23; 2 Cor. 5: 17-19; Juan 5: 22; Luc. 1: 35; Fil. 2: 5-11;
Heb. 2: 9-18; 1 Cor. 15: 3-4; Heb. 8: 1-2; Juan 14: 1-3).
5
Dios el Espíritu Santo.
Dios el
Espíritu Santo estuvo activo con el Padre y el Hijo
en ocasión de la creación, la encarnación y la
redención. Inspiró a los autores de las Escrituras.
Infundió poder a la vida de Cristo. Atrae y convence a
los seres humanos; y a los que responden, renueva y
transforma a imagen de Dios. Enviado por el Padre y el
Hijo está siempre con sus hijos, distribuye dones
espirituales a la iglesia, la capacita para dar testimonio
a favor de Cristo, y en armonía con las Escrituras
conduce a toda verdad (Gén. 1: 1-2; Luc. 1: 35; 4: 18;
Hech. 10: 38; 2 Ped. 1: 21; 2 Cor. 3: 18; Efe. 4: 11-12;
Hech. 1: 8; Juan 14: 16-18, 26; 15: 26-27; 16: 7-13).
6
La creación.
Dios es el creador de todas
las cosas, y ha revelado por medio de las
Escrituras un informe auténtico de su actividad
creadora. El Señor hizo en seis días «los cielos y la
tierra» y todo ser viviente que la puebla, y reposó el
séptimo día de la primera semana. De ese modo
determinó que el sábado fuera un monumento
perpetuo de la finalización de su obra creadora. El
primer hombre y la primera mujer fueron hechos a
imagen de Dios como corona de la creación; se les dio
dominio sobre el mundo y la responsabilidad de
tenerlo bajo su cuidado. Cuando el mundo quedó
terminado era «bueno en gran manera», porque
declaraba la gloria de Dios (Gén. 1; 2; Éxo. 20: 8-11;
Sal. 19: 1-6; 33: 6, 9; 104; Heb. 11: 3).
7
La naturaleza humana.
El hombre
y la mujer fueron hechos a la imagen de Dios,
con individualidad propia y con la facultad y la libertad
de pensar y obrar por su cuenta. Aunque fueron
creados como seres libres, cada uno es una unidad
indivisible de cuerpo, mente y alma que depende de
Dios para la vida, el aliento y todo lo demás. Cuando
nuestros primeros padres desobedecieron a Dios,
negaron su dependencia de él y cayeron de la elevada
posición que ocupaban bajo Dios. La imagen de Dios
se desfiguró en ellos y quedaron sujetos a la muerte.
Sus descendientes participan de esta naturaleza
degradada y de sus consecuencias. Nacen con
debilidades y tendencias hacia el mal. Pero Dios, en
Cristo, reconcilió al mundo consigo mismo, y por
medio de su Espíritu restaura en los mortales
penitentes la imagen de su Hacedor. Creados para la
gloria de Dios, se los invita a amar al Señor y a amarse
mutuamente, y a cuidar el ambiente que los rodea
(Gén. 1: 26-28; 2: 7; Sal. 8: 4-8; Hech. 17: 24-28; Gén.
3; Sal. 51: 5; Rom. 5: 12-17; 2 Cor. 5: 19-20; Sal. 51:
10; 1 Juan 4: 7, 8, 11, 20; Gén. 2: 15).
8
El gran conflicto.
La humanidad
entera está involucrada en un conflicto de
proporciones extraordinarias entre Cristo y Satanás en
torno al carácter de Dios, a su ley y a su soberanía sobre
el universo. Este conflicto se originó en el cielo cuando
un ser creado, dotado de libre albedrío, se exaltó a sí
mismo, y se convirtió en Satanás, el adversario de Dios,
e instigó a rebelarse a una porción de los ángeles.
Introdujo el espíritu de rebelión en este mundo cuando
indujo a pecar a Adán y a Eva. El pecado de los seres
humanos produjo como resultado la desfiguración de
la imagen de Dios en la humanidad, el trastorno del
mundo creado y posteriormente su completa
devastación en ocasión del diluvio universal. Observado
por toda la creación, este mundo se convirtió en el
campo de batalla del conflicto universal, a cuyo
término el Dios de amor quedará fielmente vindicado.
Para ayudar a su pueblo en este conflicto, Cristo envía
al Espíritu Santo y a los ángeles leales para que lo
guíen, lo protejan y lo sustenten en el camino de la
salvación (Apoc. 12: 4-9; Isa. 14: 12-14; Eze. 28:
12-18; Gén. 3; Rom. 1: 19-23; 5: 12-21; 8: 19-22; Gén.
6–8; 2 Ped. 3: 6; 1 Cor. 4: 9; Heb. 1: 14).
9
La vida, muerte y resurrección
de Cristo.
Mediante la vida de Cristo, de
perfecta obediencia a la voluntad de Dios, y sus
sufrimientos, su muerte y su resurrección, Dios
proveyó el único medio válido para expiar el pecado
de la humanidad, de manera que los que por fe
aceptan esta expiación puedan tener acceso a la vida
eterna, y toda la creación pueda comprender mejor el
infinito y santo amor del Creador. Esta expiación
perfecta vindica la justicia de la ley de Dios y la
benignidad de su carácter, porque condena nuestro
pecado y al mismo tiempo hace provisión para nuestro
perdón. La muerte de Cristo es vicaria y expiatoria,
reconciliadora y transformadora. La resurrección de
Cristo proclama el triunfo de Dios sobre las fuerzas del