23
El matrimonio y la familia.
El matrimonio fue establecido por Dios en
el Edén, y confirmado por Jesús, para que fuera una
unión para toda la vida entre un hombre y una mujer
en amante compañerismo. Para el cristiano el
matrimonio es un compromiso a la vez con Dios y con
su cónyuge, y este paso debieran darlo solo personas
que participan de la misma fe. El amor mutuo, el
honor, el respeto y la responsabilidad, son la trama y
la urdimbre de esta relación, que debiera reflejar el
amor, la santidad, la intimidad y la perdurabilidad de
la relación que existe entre Cristo y su iglesia. Con
respecto al divorcio, Jesús enseñó que la persona que
se divorcia, a menos que sea por causa de fornicación,
y se casa con otra, comete adulterio. Aunque algunas
relaciones familiares están lejos de ser ideales, los
socios en la relación matrimonial que se consagran
plenamente el uno al otro en Cristo pueden lograr una
amorosa unidad gracias a la dirección del Espíritu, y al
amante cuidado de la iglesia. Dios bendice la familia y
es su propósito que sus miembros se ayuden
mutuamente hasta alcanzar la plena madurez. Los
padres deben criar a sus hijos para que amen y
obedezcan al Señor. Mediante el precepto y el ejemplo
debieran enseñarles que Cristo disciplina
amorosamente, que siempre es tierno y que se
preocupa por sus criaturas, y que quiere que lleguen a
ser miembros de su cuerpo, la familia de Dios. Un
creciente acercamiento familiar es uno de los rasgos
característicos del último mensaje evangélico (Gén. 2:
18-25; Mat. 19: 3-9; Juan 2: 1-11; 2 Cor. 6: 14; Efe. 5:
21-33; Mat. 5: 31-32; Mar. 10: 11-12; Luc. 16: 18;
1 Cor. 7: 10-11; Éxo. 20: 12; Efe. 6: 1-4; Deut. 6: 5-9;
Prov. 22: 6; Mal. 4: 5-6).
24
El ministerio de Cristo en
el santuario celestial.
Hay un
santuario en el cielo, el verdadero tabernáculo que el
Señor erigió y no el hombre. En él Cristo ministra en
nuestro favor, para poner a disposición de los
creyentes los beneficios de su sacrificio expiatorio
ofrecido una vez y para siempre en la cruz. Llegó a ser
nuestro gran sumo Sacerdote y comenzó su ministerio
intercesor en ocasión de su ascensión. En 1844, al
concluir el período profético de los 2,300 días, entró en
el segundo y último aspecto de su ministerio
expiatorio. Esta obra es un juicio investigador que
forma parte de la eliminación definitiva del pecado,
representada por la purificación del antiguo santuario
judío en el día de la expiación. En el servicio simbólico,
el santuario se purificaba mediante la sangre de los
sacrificios de animales, pero las cosas celestiales se
purificaban mediante el perfecto sacrificio de la sangre
de Jesús. El juicio investigador pone en manifiesto
frente a las inteligencias celestiales quiénes de entre
los muertos duermen en Cristo y por lo tanto se los
considera dignos, en él, de participar de la primera
resurrección. También aclara quiénes están morando
en Cristo entre los que viven, guardando los
mandamientos de Dios y la fe de Jesús y por lo tanto
estarán listos en él para ser trasladados a su reino
eterno. Este juicio vindica la justicia de Dios al salvar a
los que creen en Jesús. Declara que los que
permanecieron leales a Dios recibirán el reino. La
conclusión de este ministerio de Cristo señalará el fin
del tiempo de prueba otorgado a los seres humanos
antes de su segunda venida (Heb. 8: 1-5; 4: 14-16; 9:
11-28; 10: 19-22; 1: 3; 2: 16-17; Dan. 7: 9-27; 8: 13,
14; 9: 24-27; Núm. 14: 34; Eze. 4: 6; Lev. 16; Apoc. 14:
6-7; 20: 12; 14: 12; 22: 12).
25
La segunda venida de
Cristo.
La segunda venida de Cristo es
la bienaventurada esperanza de la iglesia, la gran
culminación del evangelio. La venida del Salvador será
literal, personal, visible y de alcance mundial. Cuando
regrese, los justos muertos resucitarán y junto con los
justos vivos serán glorificados y llevados al cielo, pero
los impíos morirán. El hecho de que la mayor parte de
las profecías esté alcanzando su pleno cumplimiento,
unido a las presentes condiciones del mundo, nos
indica que la venida de Cristo es inminente. El
momento cuando ocurrirá este acontecimiento no ha
sido revelado, y por lo tanto se nos exhorta a estar
preparados en todo tiempo (Tito 2: 13; Heb. 9: 28;
Juan 14: 1-3; Hech. 1: 9-11; Mat. 24: 14; Apoc. 1: 7;
Mat. 24: 43-44; 1 Tes. 4: 13-18; 1 Cor. 15: 51-54;
2 Tes. 1: 7-10; 2: 8; Apoc. 14: 14-20; 19: 11-21; Mat.
24; Mar. 13; Luc. 21; 2 Tim. 3: 1-5; 1 Tes. 5: 1-6).
26
La muerte y la
resurrección.
La paga del pecado
es muerte; pero Dios, el único que es inmortal,
otorgará vida eterna a sus redimidos. Hasta ese día, la
muerte constituye un estado de inconsciencia para
todos los que hayan fallecido. Cuando Cristo, nuestra
vida, aparezca, los justos resucitados y los justos vivos
serán glorificados y arrebatados para salir al encuentro
de su Señor. La segunda resurrección, la resurrección
de los impíos, ocurrirá mil años más tarde (Rom. 6: 23;
1 Tim. 6: 15-16; Ecl. 9: 5-6; Sal. 146: 3-4; Juan 11:
11-14; Col. 3: 4; 1 Cor. 15: 51-54; 1 Tes. 4: 13-17;
Juan 5: 28-29; Apoc. 20: 1-10).
27
El milenio y el fin del
pecado.
El milenio es el reino de mil
años de Cristo con sus santos en el cielo que se
extiende entre la primera resurrección y la segunda.
Durante ese tiempo serán juzgados los impíos. La
tierra estará completamente desolada, sin habitantes
humanos, pero sí ocupada por Satanás y sus ángeles.
Al terminar ese período, Cristo y sus santos, junto con
la Santa Ciudad, descenderán del cielo a la tierra. Los
impíos muertos resucitarán entonces, y junto con
Satanás y sus ángeles rodearán la ciudad; pero el
fuego de Dios los consumirá y purificará la tierra. De
ese modo el universo será liberado del pecado y de los
pecadores para siempre (Apoc. 20; 1 Cor. 6: 2-3; Jer. 4:
23-26; Apoc. 21: 1-5; Mal. 4: 1; Eze. 28: 18-19).
28
La tierra nueva.
En la tierra
nueva, donde morarán los justos, Dios
proporcionará un hogar eterno para los redimidos y un
ambiente perfecto para la vida, el amor y el gozo sin
fin, y para aprender junto a su presencia. Porque allí
Dios mismo morará con su pueblo, y el sufrimiento y
la muerte terminarán para siempre. El gran conflicto
habrá terminado y el pecado no existirá más. Todas las
cosas, animadas e inanimadas, declararán que Dios es
amor, y él reinará para siempre jamás. Amén (2 Ped.
3: 13; Isa. 35; 65: 1-25; Mat. 5: 5; Apoc. 21: 1-7; 22:
1-5; 11: 15).
Los adventistas del séptimo día aceptamos la Biblia
como único credo y tenemos una serie de creencias
fundamentales basadas en las grandes enseñanzas de
las Escrituras. Estas creencias, tal como se presentan
aquí, constituyen la forma en que nuestra Iglesia
entiende las enseñanzas bíblicas. Nuestras creencias se
revisan en cada congreso mundial de la Asociación
General, bajo el liderazgo del Espíritu Santo, con el
objetivo de presentarlas de la manera más comprensible
y con la mayor cantidad de evidencia bíblica posible.
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