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MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS

DIVISIÓN SUDAMERICANA

19

Argentina

25 de mayo

L

a

adopción

de

dos

niños

Muchos niños tocaban a la puerta de la casa de

Juan y Juanita, un matrimonio de médicos argentinos

que trabajaron durante un año en África como

misioneros voluntarios. Ellos vivían con un pequeño

estipendio, pero con mucho gusto compartían

el arroz y otros alimentos sencillos de su cocina.

En cierta ocasión, algo los hizo reflexionar. Algunos

de los niños no tenían hambre y parecían enfrentar otros

desafíos, tal vez necesidades emocionales.

«Nos preguntamos si realmente los estábamos ayudando», nos comenta Juan.

Decididos a comprender mejor las necesidades de los niños, Juan y Juanita visitaron el

pueblo de un adolescente que hacía algunos trabajos para ellos. La situación en la casa del chico

los sorprendió. Tenía dos hermanos pequeños, de tres y cinco años, que vivían solos. Además,

era invierno y los niños estaban enfermos.

El adolescente pasaba fuera de casa la mayor parte del día, por lo que la pareja pensó que

probablemente no estaría en capacidad de suministrar a diario los medicamentos a sus

hermanitos. Recordaron que contaban con una habitación adicional en casa, así que decidieron

llevarse a los niños pequeños, e invitaron también al hermano mayor a quedarse con ellos

durante los diez días necesarios para completar el tratamiento.

Con el paso de los días y mientras la salud de los niños mejoraba, Juan y Juanita se enteraron

de que los chicos no tenían padre. Su madre estaba trabajando muy lejos y su hermano mayor

no podía cuidarlos, así que no dudaron en mantenerlos bajo su custodia durante un tiempo.

Suplieron sus necesidades básicas, los inscribieron en la escuela adventista y los llevaron a la

Escuela Sabática.

Durante el culto familiar, los niños escucharon las historias de la Biblia y se identificaron

especialmente con algunos milagros, como el de la liberación del pueblo de Dios de la esclavitud

egipcia durante el éxodo.

A pesar de su corta edad, los chicos incluso tomaron la iniciativa de ayudar con las tareas

domésticas. Una mañana, Juanita se despertó y encontró al niño de cinco años en la cocina,

parado en la punta de los pies, lavando los platos.

«Al percatarse de que mi esposa lo había descubierto, le sonrió. Luego, le dijo que sabía que

estábamos cansados y que solo quería que descansáramos un poco más», nos cuenta Juan.

Pasó el tiempo. Juan y Juanita ansiaban conocer a la madre de los niños. La imaginaban

como una mujer muy amorosa y honorable, por haber educado hijos tan nobles. Pero en esa

oportunidad no fue posible.

Al finalizar el período de servicio de la pareja como misioneros voluntarios adventistas,

hicieron arreglos para que los niños vivieran con unos amigos locales.

Después de un tiempo, Juan y Juanita regresaron para cumplir un nuevo período como

misioneros y se enteraron de que el hermano mayor de los niños había fallecido. La madre se

había llevado a los dos hijos pequeños.

Buscaron esmeradamente su dirección y la visitaron.

«Fue una bendición encontrarla —dice Juan—. Era una persona realmente encantadora, y

se mostró profundamente agradecida por habernos encargado del cuidado de sus hijos durante

su ausencia. Visitamos a la familia con frecuencia y pasamos tiempo con ellos. Naturalmente, los

niños se mostraban tímidos porque no nos veían desde hacía un tiempo».

Juan y Juanita