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MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS

DIVISIÓN SUDAMERICANA

17

Argentina

18 de mayo

N

acido

para

ser

misionero

Mi esposa y yo estuvimos orando durante catorce

años para que Dios nos diera un hijo.

«Señor, si es tu voluntad, permítenos tener un hijo

o ayúdanos a adoptar uno», le decíamos.

Después de una serie de pruebas, el médico

finalmente nos dijo que nuestras posibilidades de

tener hijos eran muy remotas y también que nos sería

bastante difícil adoptar niños en nuestro país de origen,

Argentina.

Entonces, surgió la oportunidad de trabajar para

Dios en un país lejano, con una cultura muy diferente

a la nuestra, así que pensamos: «Tal vez Dios quiere que adoptemos un niño en otro país».

Todas las piezas parecieron moverse en favor de esa posibilidad. La División

Sudamericana de la Iglesia Adventista, cuyo territorio incluye Argentina, apoyó nuestro

deseo de mudarnos al extranjero durante cinco años. Los líderes de la iglesia de ese país y las

autoridades gubernamentales pertinentes también nos apoyaron.

Pero de repente Elisa, mi esposa, quedó embarazada.

Como ella tiene sentido del humor, montó una cámara oculta para grabar mi reacción

cuando me diera la noticia durante el desayuno.

En la cocina, me entregó una pequeña caja. Al principio, pensé que estaba vacía, pero

luego vi dentro una prueba de embarazo. La saqué y se leía claramente que era positiva.

En ese momento, sentí una mezcla de confusión, sorpresa y felicidad. El video grabado

muestra mi rostro y cuerpo inmóvil. Ni siquiera abracé a mi esposa. Solo me quedé mirando

la prueba de embarazo que tenía en la mano.

En cuestión de segundos, pasaron por mi mente mil cosas. «¿Por qué ahora, Señor? Este

es el momento más inapropiado de todos. Ante esta nueva circunstancia, seguramente las

autoridades gubernamentales nos negarán el permiso y los líderes de la iglesia del país al que

pretendemos ir, también lo harán. Incluso la División Sudamericana nos aconsejará que no

vayamos. Un niño implica muchos gastos y podría entorpecer nuestro trabajo», pensaba.

Pero el tiempo de Dios resultó perfecto.

Nadie en la División o la Unión interpuso objeción alguna a causa del embarazo de

mi esposa. Incluso, las autoridades gubernamentales respondieron a nuestras inquietudes

diciendo: «No hay problema. Nos encantan los niños».

Nuestro hijo Ezequiel nació tres meses después de nuestra llegada al nuevo país. Gracias a él

se nos abrieron muchísimas puertas, que nos permitieron testificar de Dios de manera eficaz.

Pronto descubrimos que, efectivamente, los residentes locales amaban a los niños, y si eran

extranjeros parecía ser incluso mejor. La gente nos detenía en todas partes para tomarle fotos. Los

ancianos se acercaban para darnos buenos consejos sobre cómo educarlo correctamente.

Gracias a Ezequiel, tuvimos más oportunidades de sembrar la semilla del evangelio de lo

que jamás pudimos imaginar. Dondequiera que íbamos, la gente se reunía alrededor de él.

A través de nuestro hijo, nos hicimos muy amigos de los vecinos del edificio donde

vivíamos y de aquellos con quienes nos encontrábamos en los supermercados y parques.

Tuvimos la oportunidad de invitar a los nuevos amigos a fiestas de cumpleaños y otras

celebraciones en nuestro hogar. Muchos padres querían que sus hijos interactuaran más con

nuestro hijo, por lo que preguntaban si podían asistir a la clase de Escuela Sabática a la que

Marcelo Fernández