En el Día de la Expiación, el sacerdote que realizaba la purificación del San-
tuario, y hacía sacrificios por su pecado y por los del pueblo, se cambiaba de
ropa. Antes de ponerse las “santas vestiduras”, se lavaba el cuerpo (Lev. 16:4). Al
terminar el servicio, el sacerdote, una vez más, se quitaba las “santas vestiduras”
y se lavaba el cuerpo (Lev. 16:23, 24). Quien liberaba al chivo expiatorio hacía lo
mismo antes de regresar al campamento israelita (Lev. 16:26).
Otras categorías de purificación incluían la purificación para los sacerdotes
(Éxo. 29:1-9), que debían lavarse las manos y el cuerpo (Éxo. 30:17-21;40:12-14,
30-32); la purificación de la lepra (así como el pecado conduce a la muerte, la
lepra termina en muerte [Lev. 13:6; 13:34]); de las secreciones corporales (Lev.
15:1-29; Deut. 23:10, 11); y la purificación de los levitas (Núm. 8:5-7; 19:7-22).
Debido a que los sacerdotes y los levitas participaron de la dedicación del
muro, primero se purificaron lavándose las manos y los pies, y quizás el cuerpo.
Luego purificaron al pueblo, a quien probablemente se le pidió que también se
lavara y tal vez incluso que lavara su ropa. Además, la Biblia menciona que las
puertas y el muro fueron purificados, lo que significa que cada uno habría sido
rociado con agua.
El agua de la purificación no era milagrosa en sí; era la Palabra de Dios la
que declaraba que la purificación limpiaba al pueblo del pecado y la muerte.
El ritual servía como símbolo de pureza. La santidad y la limpieza del pecado
eran importantes para acercarse a Dios en una ceremonia de dedicación. La
purificación ritual mostraba que la sangre de Cristo limpiaba y cubría al pueblo.
El servicio de purificación incorporaba el perdón de los pecados. Cuando el
pueblo se humillaba ante Dios y se lavaba, reconocía que necesitaba ayuda; que
necesitaba ser limpiado por Dios. Dios era quien tenía que darle salud y santi-
dad, no sus propias obras. Sin embargo, Dios requería el acto de lavarse como
un recordatorio tangible de su poder transformador en la vida de su pueblo.
Gran regocijo
La mayor parte de la ceremonia de dedicación incluía música y adoración.
En primer lugar, los levitas y los cantores se reunieron en Jerusalén; muchos de
ellos vivían lejos de Jerusalén y solo iban a la ciudad cuando les tocaba servir.
Los sacerdotes, los levitas y los cantores dirigieron la celebración de la provisión
de Dios en su favor mediante acciones de gracias (reconociendo verbalmente
lo que Dios había hecho) y entonando alabanzas a él. Las arpas, los címbalos y
otros instrumentos de cuerda acompañaron a dos grandes coros mientras can-
taban y caminaban separadamente por Jerusalén, y finalmente se volvieron a
unir en el Templo y cantaron en voz alta (Neh. 12:42). Literalmente, la frase dice
que los cantores fueron escuchados. No podían contener ni reprimir su gozo,
como lo demostraron sus potentes alabanzas. Cantaron fuerte porque estaban
alborozados con la rápida conclusión del muro y por la forma en que Dios los
había acompañado.
Lección 10
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Material auxiliar para el maestro
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