EL SÁBADO ENSEÑARÉ...
RESEÑA
Texto clave: Esdras 3:11.
Enfoque del estudio: Nehemías 12:27-47.
Para darle autoridad al sacerdocio de Jerusalén, Nehemías 12 comienza
enumerando a los levitas y los sacerdotes desde la época de Babilonia hasta el
período de Esdras y Nehemías. Una vez que se estableció que los judíos tenían
personas capacitadas para los servicios del Templo, la siguiente parte del capítulo
se centra en el servicio de dedicación del muro de Jerusalén. Sin embargo, no
es el muro el que garantiza la seguridad, sino el Señor. Por lo tanto, el pueblo
no está seguro a menos que el Señor lo proteja. Los israelitas comúnmente
realizaban la dedicación de objetos o edificios para reconocer que el poder no
está en un objeto sino en Dios (Sal. 127:1, 2).
El servicio de dedicación del muro de Jerusalén comenzó con dos grandes
coros que avanzaron en forma separada por Jerusalén y finalmente se unieron
en el Templo. Allí, “sacrificaron aquel día numerosas víctimas”, y “se regocijaron”.
De hecho, la alegría del pueblo fue tan estridente que incluso sus distantes ene-
migos escucharon la celebración por la conclusión del muro. Después, Nehemías
se aseguró de delegar las responsabilidades del Templo para que los suministros
se distribuyeran según la Ley para todos los levitas y los siervos del Templo. El
pueblo estaba emocionado de que el Templo volviera a funcionar. Quería ase-
gurarse de que hubiese provisiones para aquellos que servían al Señor, no solo
para ese momento sino también para el futuro.
COMENTARIO
La purificación
Antes de realizar la dedicación del muro, los sacerdotes y los levitas se pu-
rificaron ellos mismos y al pueblo, así como las puertas y el muro. Los ritos de
purificación eran comunes en Israel, y simbolizaban la purificación del pecado
y la separación con fines santos. Los ritos consistían principalmente en lavar la
ropa y bañarse (Éxo. 29:4; 40:12-15; Lev. 16:20-28; Núm. 19:7).
Existían varios ritos de purificación en Israel. El rito de purificación más im-
portante lo realizaba cualquiera que entrara en contacto con un cuerpo muerto.
Puesto que la muerte refleja el estado de mortalidad resultante del pecado, la per-
sona tenía que someterse a una purificación especial, un procedimiento descrito
en Números 19. El sacerdote quemaba una vaca rojiza sin mancha cuyas cenizas
se colocaban en un recipiente con agua. Alguien que estaba limpio tomaba un
hisopo, lo sumergía en el agua y luego lo rociaba sobre los objetos o las personas
consideradas impuras. Si el agua de la purificación no se rociaba sobre alguien
que estaba inmundo, entonces su inmundicia todavía estaba sobre él (Núm. 19:13).
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