PARA LOS PADRES
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El remanente y su
misión
La iglesia universal está compuesta por todos
los que creen verdaderamente en Cristo, pero
en los últimos días, una época de apostasía
generalizada, se ha llamado a un remanente
para que guarde los mandamientos de Dios y
la fe de Jesús. Este remanente anuncia la hora
del juicio, proclama salvación por medio de
Cristo y anuncia la proximidad de su segunda
venida. Esta proclamación está simbolizada
por los tres ángeles de Apocalipsis 14; coincide
con la hora del juicio en el cielo y da como
resultado una obra de arrepentimiento y
reforma en la tierra.
Todo creyente es llamado a participar
personalmente en este testimonio mundial
(Apoc.12: 17; 14: 6-12; 18: 1-4; 2 Cor. 5: 10;
Jud. 3, 14; 1 Ped. 1: 16-19; 2 Ped. 3: 10-14;
Apoc. 21: 1-14).
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Unidad del cuerpo
de Cristo
La iglesia es un cuerpo constituido por muchos
miembros que proceden de toda nación, raza,
lengua y pueblo. En Cristo somos una nueva
creación; la diferencias de raza, cultura,
educación y nacionalidad, entre encumbrados
y humildes, ricos y pobres, hombres y mujeres,
no deben causar divisiones entre nosotros.
Todos somos iguales en Cristo, quien por un
mismo Espíritu nos ha unido en comunión con
él y los unos con los otros. Debemos servir y
ser servidos sin parcialidad ni reservas. Por
medio de la revelación de Jesucristo en las
Escrituras participamos de la misma fe y la
esperanza, y salimos para dar a todos el
mismo testimonio. Esta unidad tiene sus
orígenes en la unidad del Dios triuno, que nos
ha adoptado como hijos (Rom. 12: 4, 5; 1 Cor.
12: 12-14; Mat. 28: 19-20; Sal. 133: 1; 2 Cor.
5: 16-17; Hech. 17: 26-27; Gál. 3: 27, 29; Col.
3: 10-15; Efe. 4: 14-16; 4: 1-6; Juan 17:
20-23).
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El bautismo
Por medio del bautismo confesamos
nuestra fe en la muerte y resurrección de
Jesucristo, y damos testimonio de nuestra
muerte al pecado y de nuestro propósito de
andar en novedad de vida. De este modo
reconocemos a Cristo como nuestro Señor y
Salvador, llegamos a ser su pueblo y somos
recibidos como miembros de su iglesia. El
bautismo es un símbolo de nuestra unión con
Cristo, del perdón de nuestros pecados y
nuestra recepción del Espíritu Santo. Se realiza
por inmersión en agua, y está íntimamente
vinculado con una afirmación de fe en Jesús y
con evidencias de arrepentimiento del pecado.
Sigue a la instrucción en las Sagradas
Escrituras y a la aceptación de sus enseñanzas
(Rom. 6: 6; Col. 2: 12-13; Hech. 16: 30-33; 22:
16; 2: 38; Mat. 28: 19-20).
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La Cena del Señor
La Cena del Señor es una
participación en los emblemas del cuerpo y la
sangre de Jesús como expresión de fe en él,
nuestro Señor y Salvador. En esta experiencia
de comunión, Cristo está presente para
encontrarse con su pueblo y fortalecerlo. Al
participar en ella, proclamamos gozosamente
la muerte del Señor hasta que venga. La
preparación para la Cena incluye un examen
de conciencia, arrepentimiento y confesión. El
Maestro ordenó el rito de humildad
(lavamiento de los pies) para manifestar una
renovada purificación, expresar disposición a
servirnos mutuamente y con humildad
cristiana, y unir nuestros corazones en amor.
Todos los creyentes cristianos pueden
participar del servicio de comunión (1 Cor. 10:
16-17; 11: 23-30; Mat. 26: 17-30; Apoc. 3: 20;
Juan 6: 48-63; 13: 1-17).
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Dones y ministerios
espirituales
Dios concede a todos los miembros de su
iglesia en todas las edades dones espirituales
para que cada miembro los emplee en amante
ministerio por el bien común de la iglesia y de
la humanidad. Concedidos mediante la
operación del Espíritu Santo, quien los
distribuye entre cada miembro según su
voluntad, los dones proveen todos los
ministerios y habilidades necesarios para que
la iglesia cumpla su función divinamente
ordenada. De acuerdo con las Escrituras estos
dones incluyen ministerios tales como fe,
sanidad, profecía, predicación, enseñanza,
administración, reconciliación, compasión y
servicio abnegado, y caridad para ayudar y
animar a nuestros semejantes. Algunos
miembros son llamados por Dios y dotados
por el Espíritu Santo para cumplir funciones
reconocidas por la iglesia en los ministerios
pastoral, evangelizador, apostólico y de
enseñanza, particularmente necesarios a fin de
equipar a los miembros para el servicio,
edificar a la iglesia de modo que alcance
madurez espiritual, y promover la unidad de la
fe y el conocimiento de Dios. Cuando los
miembros emplean estos dones espirituales
como fieles mayordomos de las numerosas
bendiciones de Dios, la iglesia es protegida de
la influencia destructora de las falsas doctrinas,
crece gracias a un desarrollo que procede de
Dios, y es edificada en la fe y el amor (Rom.
12: 4-8; 1 Cor. 12: 9-11, 27, 28; Efe. 4: 8,
11-16; Hech. 6: 1-7; 1 Tim. 3: 1-13; 1 Ped. 4:
10-11).
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El don de profecía
Uno de los dones del Espíritu Santo
es el de profecía. Este don es una de las
características de la iglesia remanente y se
manifestó en el ministerio de Elena G. de
White. Como mensajera del Señor, sus escritos
son una permanente y autorizada fuente de
verdad y proveen consuelo, dirección,
instrucción y corrección a la iglesia. También
establecen con claridad que la Biblia es la
norma por la cual deben ser evaluadas todas la
enseñanzas y toda experiencia (Joel 2: 28-29;
Hech. 2: 14-21; Heb. 1: 1-3; Apoc. 12: 17; 19:
10).