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Leccióndelalumno
LECCIÓN 7
¿Te has sentido presionado a hacer algo
que no querías hacer? Si has pasado por
esta experiencia comprenderás cómo se
sintieron Daniel y sus amigos cuando
el rey y toda la ciudad se arrodillaron
delante de una estatua de oro y ellos
se negaron a hacerlo.
D
aniel captó la atención del rey
Nabucodonosor poco tiempo
después de llegar a Babilonia. En el
período de un año, el rey tuvo un
sueño acerca de una estatua rara y
quiso desesperadamente que alguien
lo interpretara. Daniel oró para que
Dios lo ayudara y pudo explicar a
Nabucodonosor el enigma de la
estatua, la profecía que representaba y
los reinos que seguirían al Imperio
Babilónico de Nabucodonosor. Daniel
fue recompensado con un elevado
cargo en el reino. Él pidió que sus
amigos, conocidos ahora por nuevos
nombres babilónicos, Sadrac, Mesac y
Abednego, tuvieran trabajos
importantes en el gobierno.
Nabucodonosor reconoció el poder
del Dios de Daniel después de que su
sueño fue interpretado. Pero no quería
aceptar la profecía concerniente a que su
reino no sería eterno. Todo lo que podía
recordar de la interpretación de Daniel
eran las palabras: «Tú eres la cabeza de
oro». Sus consejeros le sugirieron que
hiciera una estatua como la que había
visto en su sueño, pero que la hiciera
toda de oro macizo para representar un
reino eterno e indestructible.
Los babilonios eran adoradores de
los ídolos. Habían hecho estatuas
espléndidas de sus diferentes dioses.
Pero nunca habían visto una imagen
como esta. Su altura era como un edificio
de nueve pisos y estaba hecha de oro
macizo; la estatua se podía observar
desde las afueras de la ciudad. La
ceremonia de dedicación para esta
imagen era un acto de adoración
y un juramento de fidelidad a
Babilonia. Se esperaba que todos los
funcionarios del gobierno estuvieran
presentes.
Sin duda Sadrac, Mesac y Abednego
sabían lo que sucedería. Ellos eran
funcionarios importantes del gobierno.
Sabían que debían asistir a la ceremonia
de dedicación y adorar la estatua. Habían
tenido suficiente tiempo para pensar en
las consecuencias de no obedecer la
orden del rey.
Asistieron a la ceremonia como se les
ordenó, pero cuando se dio la orden de
arrodillarse y adorar la estatua al sonido
de la música, se mantuvieron erguidos y
firmes. Se arrodillarían y adorarían
únicamente al Dios de los cielos.
El ascenso rápido de estos cautivos a
cargos importantes había creado celos
entre muchos babilonios. En este
momento corrieron para dar a
Nabucodonosor la noticia de que los tres
judíos se negaban a adorar la imagen. El
rey estaba furioso. Llamó a los tres, les
ofreció otra oportunidad y los amenazó
con echarlos al horno encendido si lo
desobedecían nuevamente.
Si teníanmiedo, sus palabras no lo
mostraban. «¡No hace falta que nos
defendamos ante SuMajestad! Si nos arroja
al horno en llamas, el Dios al que servimos
puede librarnos del horno y de las manos
de SuMajestad» (Daniel 3: 16, 17).
Estos jóvenes confiaban en lo que
Dios podía hacer por ellos. Pero esa no
era la razón por la que se negaron a
adorar un ídolo. Prosiguieron en su
respuesta: «Pero aun si nuestro Dios no lo
hace así, sepa usted que no honraremos
a sus dioses ni adoraremos a su estatua»
(vers. 18).
Daniel y sus tres amigos habían
demostrado su fidelidad a Dios al
rechazar la comida del rey. No
permitieron que las circunstancias
dictaran su comportamiento. Habían
prometido adorar a Dios. Eso era
definitivo. Sabían que Dios los salvaría.
Pero si los salvaba o no, no les importaba.
De modo que fueron echados al
fuego y Dios los libró. Probablemente
muchas personas no han sido libradas de
sus propios hornos de fuego personales.
¿Adoramos a Dios por lo que él
puede hacer por nosotros? No. Adoramos
a Dios por lo que ya ha hecho por
nosotros. Nuestra adoración es una
reacción a su gracia salvadora y nada
puede cambiar ese hecho. No existen
circunstancias en la tierra que pueden
hacer titubear la devoción a nuestro
Salvador y el sentimiento de paz que su
presencia infunde en nuestras vidas.
Enfrentando el fuego