Previous Page  84 / 162 Next Page
Basic version Information
Show Menu
Previous Page 84 / 162 Next Page
Page Background

82

Leccióndelalumno

LECCIÓN 7

¿Te has sentido presionado a hacer algo

que no querías hacer? Si has pasado por

esta experiencia comprenderás cómo se

sintieron Daniel y sus amigos cuando

el rey y toda la ciudad se arrodillaron

delante de una estatua de oro y ellos

se negaron a hacerlo.

D

aniel captó la atención del rey

Nabucodonosor poco tiempo

después de llegar a Babilonia. En el

período de un año, el rey tuvo un

sueño acerca de una estatua rara y

quiso desesperadamente que alguien

lo interpretara. Daniel oró para que

Dios lo ayudara y pudo explicar a

Nabucodonosor el enigma de la

estatua, la profecía que representaba y

los reinos que seguirían al Imperio

Babilónico de Nabucodonosor. Daniel

fue recompensado con un elevado

cargo en el reino. Él pidió que sus

amigos, conocidos ahora por nuevos

nombres babilónicos, Sadrac, Mesac y

Abednego, tuvieran trabajos

importantes en el gobierno.

Nabucodonosor reconoció el poder

del Dios de Daniel después de que su

sueño fue interpretado. Pero no quería

aceptar la profecía concerniente a que su

reino no sería eterno. Todo lo que podía

recordar de la interpretación de Daniel

eran las palabras: «Tú eres la cabeza de

oro». Sus consejeros le sugirieron que

hiciera una estatua como la que había

visto en su sueño, pero que la hiciera

toda de oro macizo para representar un

reino eterno e indestructible.

Los babilonios eran adoradores de

los ídolos. Habían hecho estatuas

espléndidas de sus diferentes dioses.

Pero nunca habían visto una imagen

como esta. Su altura era como un edificio

de nueve pisos y estaba hecha de oro

macizo; la estatua se podía observar

desde las afueras de la ciudad. La

ceremonia de dedicación para esta

imagen era un acto de adoración

y un juramento de fidelidad a

Babilonia. Se esperaba que todos los

funcionarios del gobierno estuvieran

presentes.

Sin duda Sadrac, Mesac y Abednego

sabían lo que sucedería. Ellos eran

funcionarios importantes del gobierno.

Sabían que debían asistir a la ceremonia

de dedicación y adorar la estatua. Habían

tenido suficiente tiempo para pensar en

las consecuencias de no obedecer la

orden del rey.

Asistieron a la ceremonia como se les

ordenó, pero cuando se dio la orden de

arrodillarse y adorar la estatua al sonido

de la música, se mantuvieron erguidos y

firmes. Se arrodillarían y adorarían

únicamente al Dios de los cielos.

El ascenso rápido de estos cautivos a

cargos importantes había creado celos

entre muchos babilonios. En este

momento corrieron para dar a

Nabucodonosor la noticia de que los tres

judíos se negaban a adorar la imagen. El

rey estaba furioso. Llamó a los tres, les

ofreció otra oportunidad y los amenazó

con echarlos al horno encendido si lo

desobedecían nuevamente.

Si teníanmiedo, sus palabras no lo

mostraban. «¡No hace falta que nos

defendamos ante SuMajestad! Si nos arroja

al horno en llamas, el Dios al que servimos

puede librarnos del horno y de las manos

de SuMajestad» (Daniel 3: 16, 17).

Estos jóvenes confiaban en lo que

Dios podía hacer por ellos. Pero esa no

era la razón por la que se negaron a

adorar un ídolo. Prosiguieron en su

respuesta: «Pero aun si nuestro Dios no lo

hace así, sepa usted que no honraremos

a sus dioses ni adoraremos a su estatua»

(vers. 18).

Daniel y sus tres amigos habían

demostrado su fidelidad a Dios al

rechazar la comida del rey. No

permitieron que las circunstancias

dictaran su comportamiento. Habían

prometido adorar a Dios. Eso era

definitivo. Sabían que Dios los salvaría.

Pero si los salvaba o no, no les importaba.

De modo que fueron echados al

fuego y Dios los libró. Probablemente

muchas personas no han sido libradas de

sus propios hornos de fuego personales.

¿Adoramos a Dios por lo que él

puede hacer por nosotros? No. Adoramos

a Dios por lo que ya ha hecho por

nosotros. Nuestra adoración es una

reacción a su gracia salvadora y nada

puede cambiar ese hecho. No existen

circunstancias en la tierra que pueden

hacer titubear la devoción a nuestro

Salvador y el sentimiento de paz que su

presencia infunde en nuestras vidas.

Enfrentando el fuego