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¿Te has mudado alguna vez a una casa

nueva? ¿Te preocupaste pensando si te

aceptarían en el nuevo vecindario?

Quizás alguna persona nueva se está

trasladando a tu vecindario. ¿La

ayudarás a hacer nuevos amigos?

E

l sonido de la pluma de Juan

sobre el pergamino se detuvo

repentinamente. Una vez más sintió

la necesidad de pensar

detalladamente acerca de lo que

estaba tratando de comunicar. «Ya

expliqué por qué Jesús era el Verbo,

el mensaje de luz y vida que Dios

envió —musitó Juan—. Creo que ya

está claro. Pero ahora, para la

próxima parte debo pensarlo».

Nuevamente Juan jugó con su

pluma mientras pensaba. Él era el

único discípulo que permanecía vivo,

el último de los que habían caminado,

conversado, comido y vivido con Jesús.

Estaba escribiendo lo que había visto y

oído antes de que fuera demasiado

tarde, antes de que su testimonio

desapareciera para siempre. Era muy

importante que escogiera las palabras

correctas para comunicar con

exactitud a los que nunca lo habían

conocido en persona, a los que no

sabían quién era Jesús.

«Si, él era Dios—pensó Juan—. Fue

el Dios que creó el mundo con su poder y

su palabra. El que siempre era y siempre

había sido. Pero luego tomó una

decisión. Decidió dejar el esplendor del

cielo para bajar a esta tierra. Se hizo

hombre».

Juan levantó la pluma y la mojó en

el tintero. El Verbo, el mensaje de quién

era Dios, tomó forma humana y se

convirtió en un hombre. «El Verbo se

hizo carne», escribió en el pergamino.

«Pero era mucho más que

convertirse en un ser humano —pensó

Juan—. Era una persona muy diferente.

Las personas reaccionaban hacia él de

una forma como nunca antes habían

reaccionado con nadie. Grandes

multitudes lo seguían a todas partes

donde iba. Lo invitaban a fiestas. Le

traían los niños para que los bendijera.

Lo amaban. Y él los amaba a ellos. Era

Dios, pero también era como uno de

nosotros».

Juan recordó algunos de los

milagros que había visto realizar a

Jesús. El primero fue en una boda,

en Caná. ¿De quién era la boda? Ni

siquiera podía recordarlo. Pero

recordaba la gran preocupación

que se mostró en el rostro de María

cuando fue a decirle a Jesús que el

jugo de uva se había agotado. La fiesta

estaba a punto de interrumpirse. El

anfitrión estaría avergonzado. Pero

Jesús no quería ver a nadie sufriendo

ni avergonzado, de modo que salvó la

fiesta convirtiendo el agua en vino.

Ahora todo continuaría su curso.

Luego Juan recordó el momento en

que Jesús resucitó al hijo de la viuda.

Eso ocurrió en Naín. Esa pobre mujer

estaba tan afligida que Jesús fue

conmovido por su tristeza. De modo

que le devolvió a su hijo.

Más tarde en Betania su buen

amigo Lázaro había muerto. Jesús

también lo resucitó, pero no antes de

derramar algunas lágrimas, como si

Lázaro fuera parte de su familia. Los

que presenciaron toda la escena

comentaron lo mucho que Jesús

amaba a Lázaro.

«Sí, él nos amaba —pensó Juan—.

No importaba la persona ni el lugar. Él

era uno de nosotros, y no había mejor

manera de mostrarnos cuánto nos

amaba Dios que convirtiéndose en uno

de nosotros y viviendo con nosotros,

sintiendo nuestra tristeza, sanando

nuestro dolor, compartiendo nuestro

gozo y luego muriendo en una cruz

por nuestros pecados. También nos

dijo que si lo habíamos visto a él,

habíamos visto al Padre. Por supuesto,

después de conocer a Jesús, era

imposible no creer que Dios nos

amaba también. Al vivir con nosotros,

Jesús nos demostró cómo es Dios

realmente». Juan mojó su pluma

nuevamente y leyó lo que ya había

escrito:

«El Verbo se hizo carne y habitó

entre nosotros. Y hemos contemplado

su gloria, la gloria que corresponde al

Hijo unigénito del Padre, lleno de

gracia y de verdad» (Juan 1: 14).

«Todavíamemaravillo—pensó

Juan—. Dios nos amó tanto que tomó

forma humana y vino a vivir y a ser uno

de nosotros para que podamos tener una

comprensiónmás clara de cuánto nos

ama Dios. Ciertamente eso es gracia».

Mudándose a nuestro vecindario

LECCIÓN 11

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