Previous Page  95 / 130 Next Page
Basic version Information
Show Menu
Previous Page 95 / 130 Next Page
Page Background

93

—Mi alma glorifica al Señor —dijo

María—, y mi espíritu se regocija en Dios mi

Salvador, porque se ha dignado fijarse en su

humilde sierva. Desde ahora me llamarán

dichosa todas las generaciones, porque el

Poderoso ha hecho grandes cosas por mí.

María se sentó y con agradecimiento

tomó el agua refrescante que Elisabet le

ofreció. El agua le resultaba dulce y

deliciosa.

—De generación en generación se

extiende su misericordia a los que le temen

—continuó María—. Hizo proezas con su

brazo.

Pensó en Abraham, el padre de todo

Israel, quien estuvo dispuesto a dejar su

hogar y su familia e ir a un país que no

conocía porque Dios se lo había pedido.

Dios ciertamente lo convirtió en una gran

nación.

Consideró a Moisés, quien rogó al Señor

para que buscara a otra persona para que

sacara a los israelitas de Egipto. Pero la

historia de ningún líder de Israel fue tan

grande como la de Moisés; Dios habló con

él cara a cara. Si alguien tuvo razón para

estar orgulloso, era Moisés. Y con todo fue

llamado el hombre más humilde que jamás

ha vivido.

También consideró a David, quien

rehusó hacer daño al rey Saúl cuando tuvo

la oportunidad. Saúl estaba buscando a

David para matarlo y David había sido

designado para ocupar su trono algún día.

Aun así, David se negó a deshonrar al

hombre que Dios había escogido como rey.

Fue David el que hizo de Jerusalén una gran

ciudad.

También reflexionó en otros reyes de

Israel y Judá, que rechazaron honrar a Dios.

Adoraron obstinadamente a los ídolos de

los cananeos y Dios finalmente los entregó

a los babilonios. Jerusalén, su gran ciudad,