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63

 HAZ 

la actividad que

aparece en la página

61.

 APRENDE 

Comienza

a memorizar el texto

clave.

Sábado

versículo

para

memorizar

«El orgullo acarrea deshonra; la sabiduría está

con los humildes» (Proverbios 11: 2).

Alabamos a Dios

por la obra del

Espíritu Santo en

nuestras vidas.

m

e

n

s

a

j

e

¿Has conocido alguna vez a alguien que se cree el mejor?

Probablemente lo que más te molestó fue el alarde. Cuando

alguien ha dicho: «Soy bien apuesto», tal vez has deseado

que se redujera a la nada.

N

abucodonosor era ese tipo de persona.

Verdaderamente era uno de los gobernantes más grandes del mundo

conocido. La Biblia lo llama «rey de reyes» (Ezequiel 26: 7). Él comandaba

el mayor ejército de la tierra. Sus construcciones lo hicieron el más famoso

del mundo. Era algo especial y él lo sabía.

Dios tenía un plan para este monarca poderoso y el propósito del

mismo era que se humillara y adorara al Dios del cielo. Después que

Daniel interpretó el sueño de Nabucodonosor acerca de la imagen, el rey

dijo: «Verdaderamente el Dios de ustedes es el más grande de todos los

dioses; es el Señor de los reyes» (Daniel 2: 47). Este era un paso en la

dirección debida, pero no era suficiente. Nabucodonosor no podía resistir

el pensamiento de que su reino no duraría por siempre. Eso lo llevó a la

construcción de la estatua y al evento del horno de fuego con Sadrac,

Mesac y Abednego. Cuando los tres jóvenes fueron liberados,

Nabucodonosor exclamó: «¡Alabado sea el Dios de Sadrac, Mesac y

Abednego, que envió a su ángel para salvar a sus siervos fieles» (Daniel

3: 28). Pero en su corazón no se había efectuado ningún cambio.

Pero Dios no había desistido de su plan para con Nabucodonosor.

Nabucodonosor tuvo otro sueño que lo perturbó y naturalmente llamó a

Daniel. El rey vio un enorme árbol en el medio de la tierra. El árbol creció

hasta que tocó el cielo y era visible desde todos los lugares de la tierra.

Sus hojas eran preciosas y daban mucho fruto y los animales y las aves del

campo encontraban refugio dentro y debajo de sus ramas. Luego vino un

santo mensajero del cielo y mandó a cortar el árbol. Sus ramas y hojas

debían ser arrancadas. Su fruto desechado. Los animales debían

abandonar el lugar pero sus raíces serían dejadas en la tierra.

«Deja que se empape con el rocío del cielo, y que habite con los

animales y entre las plantas de la tierra», dijo el mensajero. «Deja que su