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a

SEMANA

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inVita

A diario

A

unque pueda parecer un tópico, la receta para un avivamiento no pretende

ser simplista. Sin embargo, es realmente sencilla: hay una diferencia entre lo que

es simplista y lo que es sencillo. Dios desea reunir a su pueblo para que lea, reve-

rencie, entienda, responda y obedezca su Palabra. Nosotros podemos crear con-

diciones óptimas para que el Espíritu Santo actúe, aunque es cierto que el mismo

no acepta ser manipulado y, como el viento, sopla «por donde quiere» (Juan 3: 8).

Un reavivamiento no requiere procedimientos complejos o técnicas psicosocia-

les que atraigan a las masas. Con demasiada frecuencia, se ponen de manifiesto

grandes actuaciones con una espiritualidad impersonal. Es tan sencillo como co-

nocer lo que Dios nos ha dicho y nos dice hoy como pueblo.

Jesús busca tener con nosotros una experiencia dinámica a diario (ver Neh. 8: 18),

y no tan solo en reuniones y convocatorias. Debemos invertir tiempo diariamen-

te en nuestra relación con Dios, no por obediencia a alguna ley o norma, sino

porque las relaciones implican dedicar tiempo. Lo que amamos es aquello en lo

que invertimos más tiempo diariamente (ver Luc. 11: 3; 2 Cor. 4: 6). En el ritmo ac-

tual de viajes compartidos, servicios de comida, comunicación social y transac-

ciones comerciales, no existe un dispositivo manual, ni una aplicación, ni un pro-

ducto que en un minuto de colaboración grupal pueda suscitar un reavivamiento

personal.

Es algo sencillo e íntimo entre tú y Jesús, para celebrar a diario. Irónicamente,

es esta sencillez e intimidad lo que nuestra generación anhela. Ni la tecnología, ni

las pantallas táctiles ni Tinder pueden proporcionar ese grado de conexión. Se

encuentra en el tiempo. No solo a través del sábado —que es el exponente máxi-

mo, por supuesto—, sino que el Dios del tiempo utiliza el mismo recurso del

tiempo para interactuar con nosotros a través de su Palabra.

Jesús revela nuestros motivos, nuestras contradicciones, hipocresías y discor-

dancias. Él lee nuestros corazones. En esa relación íntima no nos importa ser muy

conocidos, o al menos no nos debería importar. Aunque es posible que no vea-

mos el cambio de la semejanza a Cristo de manera instantánea, esa inversión de

tiempo finalmente dará frutos en nuestras vidas.

Nuestra respuesta a ese Dios de la intimidad, debería ir acompañada de arre-

pentimiento: «Señor, ¿cómo debo vivir y a quién debo amar hoy?». Podemos ser

llamados a solicitar que descienda fuego del cielo como Elías, a reconstruir las