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isión
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dventista
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óvenes y
A
dultos
DIVISIÓN DE ASIA PACÍFICO SUR
17
Indonesia
17 de noviembre
L
imas
que
curan
El avión misionero nos dejó, a mi amigo y a mí,
al pie de una montaña en Papúa, Indonesia.
Antes de subir a la montaña para comenzar
nuestro año de trabajo como estudiantes
misioneros, fuimos a la ciudad para hacer algunas
compras de último minuto. No teníamos mucho
dinero, pero vimos en el mercado principal algo
que queríamos comprar: una bolsa de limas verdes.
Nos encantan las limas, y sabíamos que no
encontraríamos ninguna en la montaña.
Dos semanas después, estando ya en el poblado montañoso de Tinibil, no sabíamos
cómo hablarles a los aldeanos sobre Jesús. Aunque habíamos recibido un entrenamiento
por parte del Movimiento Misionero 1000, la organización que nos había enviado a la
aldea, no lográbamos encontrar la manera de interesar a los pobladores en el evangelio.
Recordamos que habíamos sido entrenados para orar, especialmente cuando no
supiéramos qué hacer. Así que, redoblamos el tiempo dedicado a la oración.
Un día, mientras caminábamos entre los poblados, un hombre de Tinibil nos pidió
que visitáramos a un pariente suyo llamado Marius, que había perdido la visión.
Fuimos a su casa, y mientras conversábamos le preguntamos cómo había quedado
ciego.
«No lo sé —dijo, sacudiendo la cabeza—. Todo sucedió repentinamente».
Sin embargo, para el resto de los aldeanos la causa de la ceguera era obvia: los
espíritus malignos eran los culpables.
Marius y su familia clamaban por ayuda. Necesitaban medicinas y también nuestras
oraciones.
Mi amigo y yo no sabíamos qué hacer, así que al regresar a casa oramos: «Señor, si
este es el camino para comenzar nuestra obra misionera, por favor, realiza un milagro».
Recordamos la bolsa de limas que habíamos comprado antes de subir a la montaña.
No éramos médicos, pero sabíamos que las limas tenían propiedades medicinales.
La mañana siguiente, volvimos a la casa de Marius llevando una de las limas. La
cortamos por la mitad y oramos. Luego exprimimos unas gotas de jugo en cada ojo y
oramos de nuevo. En la tarde regresamos y repetimos todo el tratamiento, acompañado
de oración ferviente.
Hicimos esto cada mañana y cada tarde durante una semana, pero no sucedió nada.
Estábamos ya a punto de darnos por vencidos cuando, después de la segunda semana,
Marius nos dijo que por primera vez en dos años podía detectar la luz.
Nos llenamos de esperanza y oramos aun más.
Transcurrido un mes, nos esperó un día con la noticia de que podía ver un poco.
Ese mismo día se terminaron las limas, pero no se lo dijimos. Simplemente, le
explicamos que comenzaríamos un nuevo tratamiento: «Ahora solo vamos a orar»,
le dijimos. Y dos veces al día nos reuníamos con él para orar.
Ceren Wuysan