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Leccióndelalumno

LECCIÓN 8

¿Has conocido alguna vez a alguien que

se cree el mejor? Probablemente lo que

más te molestó fue el alarde. Cuando

alguien ha dicho: «Soy bien apuesto»,

tal vez has deseado que se redujera

a la nada.

N

abucodonosor era ese tipo de

persona. Verdaderamente era uno

de los gobernantes más grandes del

mundo conocido. La Biblia lo llama «rey

de reyes» (Ezequiel 26: 7). Él comandaba

el mayor ejército de la tierra. Sus

construcciones lo hicieron el más

famoso del mundo. Era algo especial y

él lo sabía.

Dios tenía un plan para este monarca

poderoso y el propósito del mismo era

que se humillara y adorara al Dios del

cielo. Después que Daniel interpretó el

sueño de Nabucodonosor acerca de la

imagen, el rey dijo: «Verdaderamente el

Dios de ustedes es el más grande de todos

los dioses; es el Señor de los reyes» (Daniel

2: 47). Este era un paso en la dirección

debida, pero no era suficiente.

Nabucodonosor no podía resistir el

pensamiento de que su reino no duraría

por siempre. Eso lo llevó a la construcción

de la estatua y al evento del horno de

fuego con Sadrac, Mesac y Abednego.

Cuando los tres jóvenes fueron liberados,

Nabucodonosor exclamó: «¡Alabado sea el

Dios de Sadrac, Mesac y Abed-negó, que

envió a su ángel para salvar a sus siervos

fieles» (Daniel 3: 28). Pero en su corazón

no se había efectuado ningún cambio.

Pero Dios no había desistido de su

plan para con Nabucodonosor.

Nabucodonosor tuvo otro sueño que lo

perturbó y naturalmente llamó a Daniel. El

rey vio un enorme árbol en el medio de la

tierra. El árbol creció hasta que tocó el

cielo y era visible desde todos los lugares

de la tierra. Sus hojas eran preciosas y

daban mucho fruto y los animales y las

aves del campo encontraban refugio

dentro y debajo de sus ramas. Luego vino

un santo mensajero del cielo y mandó a

cortar el árbol. Sus ramas y hojas debían

ser arrancadas. Su fruto desechado. Los

animales debían abandonar el lugar pero

sus raíces serían dejadas en la tierra.

«Deja que se empape con el rocío del

cielo, y que habite con los animales y

entre las plantas de la tierra», dijo el

mensajero. «Deja que su mente humana

se trastorne y se vuelva como la de un

animal, hasta que hayan transcurrido siete

años» (Daniel 4: 15, 16, NVI).

Daniel sabía que esto se refería al rey.

Había llegado a ser grande y su grandeza

había crecido hasta alcanzar los lugares más

lejanos de la tierra. Pero no reconocía a Dios.

—Usted será apartado de la gente y

habitará con los animales salvajes

—interpretó Daniel—. Comerá pasto

como el ganado, y se empapará con el

rocío del cielo (vers. 25).

Pasarían siete años hasta que

Nabucodonosor reconociera que Dios

gobierna los reinos terrenales y los da a

quien desea. Y luego, como las raíces que

quedaron en la tierra, Nabucodonosor

sería restaurado.

—Por lo tanto, yo le ruego a Su

Majestad aceptar el consejo que le voy a

dar —le dijo Daniel—. Renuncie usted a

sus pecados y actúe con justicia; renuncie

a su maldad y sea bondadoso con los

oprimidos. Tal vez entonces su

prosperidad vuelva ser la de antes

(vers. 27).

Por un tiempo el rey siguió el consejo

de Daniel, pero su corazón no había

cambiado. Cuando pasaron los meses y

nada sucedió, nuevamente sintió celos

por los reinos que le sucederían. Un año

después del sueño, Nabucodonosor

caminaba por la terraza de su palacio y

miró su esplendorosa ciudad. «¡Miren la

gran Babilonia que he construido como

capital del reino! ¡La he construido con mi

gran poder, para mi propia honra!», dijo el

rey con mucha presunción (vers. 30).

Las palabras estaban aún en sus labios

cuando la profecía se cumplió. Una voz

del cielo dijo: «Tu autoridad real se te ha

quitado. Serás apartado de la gente y

vivirás entre los animales salvajes» (vers.

31, 32). Inmediatamente Nabucodonosor

se volvió totalmente loco. Por siete años

fue humillado ante todo el mundo.

Siete años después Nabucodonosor

recobró el juicio y reconoció públicamente

al Dios del cielo. «Por eso yo,

Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al

Rey del cielo, porque siempre procede con

rectitud y justicia, y es capaz de humillar a

los soberbios» (vers. 37). Esas fueron las

últimas palabras registradas en la Biblia

acerca de Nabucodonosor. Por fin se realizó

en él el cambio que Dios deseaba.

Dios insiste hasta que nosotros, como

Nabucodonosor, reconozcamos la

presencia de él en nuestras vidas. Tan

pronto como aceptamos la presencia de

Dios en nuestras vida, el Espíritu Santo

obra en cada uno individualmente para

realizar la voluntad de Dios en nosotros.

Un rey sobre sus rodillas