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Leccióndelalumno
LECCIÓN 12
¿Has deseado alguna vez ser importante
o ser el mejor en algo?
M
aría suspirómientras doblaba la
esquina y vio la casa de Elisabet al
final del polvoriento camino. Había sido
un largo viaje y estaba cansada.
Normalmente no se cansaba tanto al
caminar por las montañas de Judea. Pero
recordó que estaba embarazada y
aunque no se notaba, sabía que esa era la
causa de su fatiga.
Ahora la casa se encontraba a la vista.
Sería muy agradable ver a Elisabet, de
quien el ángel había dicho que también
estaba esperando un hijo. Elisabet y
Zacarías ya habían dejado de pensar en
tener hijos. El hijo que Elisabet estaba
esperando también tenía que ser un niño
milagroso. María no podía esperar a oír
todo el resto de la historia. Pero lo único
que el ángel le dijo fue que Elisabet tenía
seis meses de embarazo y que nada era
imposible para Dios. María sonreía al
pensar. Ella lo sabía por experiencia.
Ya estaba en la puerta, asomando la
cabeza dentro de la humilde casa.
—¿Elisabet?—llamó—. ¿Estás en casa?
Elisabet se dio la vuelta, sobresaltada.
Se detuvo rápidamente mientras se llevaba
las manos instintivamente hacia el abultado
vientre. Un segundo después ya se había
recuperado y se puso en pie.
—¡María! —Elisabet corrió a abrazar a
su prima, más joven que ella—. ¡Bendita tú
entre las mujeres y bendito el hijo que
darás a luz! Pero, ¿cómo es esto, que la
madre de mi Señor venga a verme? Te digo
que tan pronto como llegó a mis oídos la
voz de tu saludo, saltó de alegría la criatura
que llevo en el vientre.
María sonrió con timidez al escuchar las
palabras de Elisabet. Ella ya sabía lo
acontecido.
—Dichosa tú que has creído, porque
lo que el Señor te ha dicho se cumplirá
—continuó Elisabet.
María pensó en eso por un segundo.
No había tenido duda de lo que el ángel le
había dicho. Dios siempre cumple su palabra,
¿no es cierto? Y sabía que algo especial estaba
ocurriendo con y dentro de ella.
—Mi alma glorifica al Señor —dijo
María—, y mi espíritu se regocija en Dios mi
Salvador, porque se ha dignado fijarse en
su humilde sierva. Desde ahora me
llamarán dichosa todas las generaciones,
porque el Poderoso ha hecho grandes
cosas por mí.
María se sentó y con agradecimiento
tomó el agua refrescante que Elisabet le
ofreció. El agua le resultaba dulce y
deliciosa.
—De generación en generación se
extiende sumisericordia a los que le temen
—continuóMaría—. Hizo proezas con su
brazo.
Pensó en Abraham, el padre de todo
Israel, quien estuvo dispuesto a dejar su
hogar y su familia e ir a un país que no
conocía porque Dios se lo había pedido.
Dios ciertamente lo convirtió en una gran
nación.
Consideró a Moisés, quien rogó al
Señor para que buscara a otra persona para
que sacara a los israelitas de Egipto. Pero la
historia de ningún líder de Israel fue tan
grande como la de Moisés; Dios habló con
él cara a cara. Si alguien tuvo razón para
estar orgulloso, era Moisés. Y con todo fue
llamado el hombre más humilde que jamás
ha vivido.
También consideró a David, quien
rehusó hacer daño al rey Saúl cuando tuvo
la oportunidad. Saúl estaba buscando a
David para matarlo y David había sido
designado para ocupar su trono algún día.
Aun así, David se negó a deshonrar al
hombre que Dios había escogido como rey.
Fue David el que hizo de Jerusalén una
gran ciudad.
También reflexionó en otros reyes de
Israel y Judá, que rechazaron honrar a Dios.
Adoraron obstinadamente a los ídolos de
los cananeos y Dios finalmente los entregó
a los babilonios. Jerusalén, su gran ciudad,
había sido quemada, juntamente con el
templo. Miles habían sido asesinados y los
que quedaron fueron llevados prisioneros a
Babilonia.
Sí, Dios hizo grandes cosas a través de
los que fueron humildes y estuvieron
dispuestos a darle la prioridad en
sus vidas.
—Desbarató las intrigas de los
soberbios—siguió diciendoMaría—.
De sus tronos derrocó a los poderosos,
mientras que ha exaltado a los humildes.
A los hambrientos colmó de bienes, y a los
ricos los despidió con las manos vacías.
Mostró sumisericordia a Abraham y a su
descendencia para siempre—y de esta
manera concluyó.
Elisabet se sirvió algo para tomar, y las
dos mujeres se sentaron en silencio por un
minuto, unidas entre sí por los hijos
especiales que llevaban en su vientre.
Ambas tenían una gran tarea por delante.
Sobre todas las cosas, necesitaban
corazones humildes y a Dios como el centro
de sus vidas.
Dios en el centro