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Dios viviente. Después de eso escuché

muchas cosas acerca de ti y de tu país. Yo

he venido para ver por mí misma si esto

era verdad. Desde que vine aquí y me

reuní contigo y tu pueblo, he visto

que es verdad. Alabo a tu Dios que te

puso sobre el trono. Él ciertamente

debe amar mucho a Israel, pues te

ha dado tanta sabiduría para

gobernar este reino. Debo aprender

más de él.

He traído conmigo cuatro

toneladas de oro, grandes

cantidades de especias y piedras

preciosas. Por favor, acepta estos

humildes regalos de mi reino.

El rey Salomón los aceptó y con

mucha cortesía le agradeció.

Mientras su carroza se alejaba del

palacio a la mañana siguiente, la reina

de Sabá repasaba todo lo que había

visto y oído. Todo encajaba

perfectamente como el tejido de una

pieza de tela.