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a

SEMANA

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inVita

Bajar para luego ascender

I

magínate por un instante que pudieras hacer lo que sea, cuando sea, donde sea

y como tú quieras, sin ningún tipo de limitaciones. Y luego imagina que, a pesar

de ello, decides limitarte a ti mismo voluntariamente en todo: en el qué, el cuán-

do, el dónde y el cómo. Y no hace falta que te imagines nada más, porque eso es

precisamente lo que sucedió en la encarnación de Cristo. Su voluntad de encar-

narse como un ser humano limitado revela claramente el carácter de Dios. Por

supuesto, él retuvo su divinidad, porque la persona de Cristo revela que ambos

conceptos no son excluyentes. Los detalles de que «se despojo a sí mismo»

(RV95/CI) se describen en Filipenses 2: 5-11, debidamente identificados como el

carácter de Cristo. La raíz griega,

phroneo

pone de manifiesto su carácter (ver

Fil. 1: 27; 2: 2, 5, 3: 15, 16, 19, 4: 2, 10), o según el propio contexto, el carácter de su

encarnación.

Jesús, la segunda parte de la Deidad, aunque «siendo por naturaleza Dios» e

«igual a Dios» (NVI), descendió a este mundo asumiendo un cuerpo humano, con

todas las limitaciones que eso suponía. Curiosamente, Cristo podría haber elegi-

do cualquier nivel de la sociedad humana, pero escogió la condición de siervo.

Ese siervo sencillamente pudo haber cumplido con las obligaciones cívicas y le-

gales generales; en cambio, vivió una vida completamente recta y honesta hasta

su muerte. Una vez más, Cristo pudo haber elegido cualquier forma de muerte,

pero se autolimitó y aceptó someterse a una muerte en la cruz.

Esto no es un mero juego de palabras o una magnífica metáfora. Pablo intenta

explicar que los seguidores de Cristo deben tener la misma humildad, forma de

vida y actitud sacrificial que tuvo Jesús. Esa actitud es la base de su llamado a la

unidad entre dos mujeres comprometidas en la misión (ver Fil. 4: 2). ¿Cómo pode-

mos nosotros, sus seguidores, reclamar nuestros derechos y exigir justicia cuando

nuestro Señor cedió los de él y sin exigir nada a cambio?

Dios el Padre, la primera persona de la Deidad, en respuesta a la autonegación

de Cristo, exalta a Cristo y le da el nombre más alto: todo el universo se inclinará

a sus pies y confesará su supremacía. En otras palabras, mientras estamos llama-

dos a la obediencia y al sacrificio, Dios, que está en condiciones de hacerlo, co-

rregirá todas las cosas. Realzará a los que necesitan ser realzados y postergará a

los que necesitan ser postergados. Confiando en el Señor, debemos reproducir

esa misma actitud de Cristo en todas nuestras relaciones (ver Fil. 1: 27), a través del

poder del Espíritu Santo, la tercera persona de la Deidad.