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a
SEMANA
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inVita
Mano a mano
U
na gran lección espiritual que podemos desprender de este capítulo del li-
bro de Nehemías es el principio divino de cooperación. Tendemos a fluctuar en-
tre demasiada divinidad y demasiada humanidad. (Por cierto, no estamos hablan-
do de la naturaleza encarnada de Cristo. ¡Él es ciento por ciento divino y ciento
por ciento humano!) Por un lado, hay una trampa que dice que Dios lo hará todo,
por lo que nosotros no necesitamos hacer nada: No busques trabajo, no hagas el
culto diario, no trates de vivir una vida piadosa…. O podríamos irnos al otro ex-
tremo que afirma que Dios no necesita hacer nada y que somos nosotros los que
tenemos que hacerlo todo: Esforzarnos por conseguir un trabajo, pensar que
nuestra salvación depende de nuestra vida devocional y tratar de llevar una vida
piadosa por por nuestra propia cuenta. La solución es una especie de cuerda
floja entre esas dos trampas.
Sin lugar a dudas, todo el poder se le atribuye a Dios: él es el que hace que
todo suceda. Pero para que nosotros accedamos a su poder se requiere nuestra
sumisión voluntaria a su voluntad. Tenemos un papel que desempeñar con el fin
de acceder a los recursos del Cielo; bien sea pidiéndole ayuda a Dios o entregán-
dole nuestro corazón en un momento de necesidad. No es una fórmula en la que
si realizas tal o cual actividad, eso o aquello otro te caerá del cielo. Más bien,
todo se basa en una relación sólida entre nosotros y Dios: una interacción entre
dos partes vivas, en tiempo real, emocional, racional, social y espiritual.
«En esto se revela cómo obra el principio divino de cooperación, sin la cual
no puede alcanzarse verdadero éxito. De nada vale el esfuerzo humano sin el
poder divino; y sin el esfuerzo humano, el divino no tiene utilidad para muchos.
Para que la gracia de Dios nos sea impartida, debemos hacer nuestra parte. Su
gracia nos es dada para obrar en nosotros el querer y el hacer, nunca para reem-
plazar nuestro esfuerzo».—
E
lena
G.
de
W
hite
,
Exaltad a Jesús
, p. 187.
«La influencia del Espíritu de Dios debe unirse a los agentes humanos. El po-
der es enteramente de Dios, pero debe existir una cooperación. El Señor del cie-
lo no actúa en favor de nadie sin contar con su aquiescencia. El Espíritu de Dios
se une al esfuerzo humano y de esa forma nos convertimos en colaboradores de
Dios».—
E
lena
G.
de
W
hite
,
Manuscrito 3, 1888, 25 de septiembre de 1888; en
Ma-
nuscritos inéditos
, n
o
242, p. 363).
¿No extenderás hoy tu mano por fe para aceptar los infinitos recursos que el
cielo ofrece?