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a

SEMANA

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inVita

Cristo victorioso

E

l término

hippie

se refiere a un movimiento contracultural que surgió en Améri-

ca del Norte en la década de los sesenta del siglo pasado, y que finalmente se ex-

tendió por todo el mundo. Ese movimiento, bajo el lema de «Paz y amor», lo que en

realidad preconizaba era la libertad sexual y el amor libre. Alimentó una revolución

sexual, así como un desenfreno que se oponía a las instituciones tradicionales. El

movimiento se apoyaba en consignas como «El poder de las flores» y «Haz el amor,

no la guerra». Además, su enfoque de la religión no era nada nuevo, sino que ence-

rraba un desprecio por los «detalles» y un énfasis en todo lo que los

hippies

consi-

deraban positivo. Las ramificaciones contemporáneas de aquel período incluyen el

movimiento de la Nueva Era, los bohemios y otras ideologías espiritualistas —no

confundir con espirituales—, aunque no religiosas. Todos esos grupos basan su pen-

samiento —que fácilmente deviene ideología— en que sus miembros poseen una

capacidad exegética innata para distinguir lo que es positivo y esencial, de aquello

que es negativo y superfluo. Además consideran que Jesús predicó el amor libre, así

como la liberación espiritual de toda «vibra» negativa.

Sí, Jesús tenía barba; y en la iconografía tradicional aparece con melena y arro-

pado con un manto. Pero esas cosas no hacen que Jesús fuera

hippie

. Necesitamos

ver a Cristo desde una perspectiva bíblica, a través de sus propias enseñanzas. Aun-

que Jesús fue la encarnación del amor y lo enseñó todo de manera positiva, hay

algunas otras cosas que son sorprendentes. Por ejemplo, Juan 15: 18-25 presenta a

nuestro Señor expresando algunas palabras bien duras:

«Si el mundo los odia a ustedes, sepan que a mí me odió primero. […] Los que me odian a

mí, odian también a mi Padre. No tendrían ninguna culpa, si yo no hubiera hecho entre ellos

cosas que ningún otro ha hecho; pero ya han visto estas cosas y, a pesar de ello, me odian a mí

y odian también a mi Padre. Pero esto sucede porque tienen que cumplirse las palabras que

están escritas en la ley de ellos: “Me odiaron sin motivo”».

El pasaje concluye con Cristo citando una oración imprecatoria de David (ver

Sal. 69: 4). No es que Jesús estuviera amargado y deseara maldecir a sus enemigos.

Más bien, Jesús trazó líneas muy definidas entre el mundo y el cielo (ver Mat. 10: 34).

Él enseñó y vivió los principios del reino de los cielos sabiendo que muchos lo

odiarían a él y a los principios que son la base de su gobierno. Él tenía, tiene y tendrá

enemigos. Pero está claro que «no estamos luchando contra poderes humanos, sino

contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y

dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea» (Efe. 6: 12). Él ha salido victo-

rioso en una guerra espiritual más amplia y extensa (ver Apoc. 14: 7-12).

No fue un escapismo monacal lo que Cristo enseñó, o una espiritualidad su-

perficialmente azucarada. Jesús luchó y continúa luchando como nuestro comba-

tivo Rey, procurando la salvación de las almas, y finalmente deseando eliminar