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a
SEMANA
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inVita
Un Dios de orden
—E
stoy en contra de la religión organizada —comentó un día un joven a su
grupo de amigos.
—¿Por qué? —quiso saber uno.
—¿Por quééé…? Pues… porque la religión actúa muy mal en nombre de ella
misma —fue la explicación.
—Es cierto que todo abuso es malo —intentó aclarar otro—. Pero una reli-
gión debe ser juzgada por los méritos de sus enseñanzas doctrinales, no por sus
abusos, ¿no crees?
—Lo que yo creo es que sencillamente no me gusta nada que esté organi-
zado —insistió el primero.
—Bueno, ¿no están organizadas las corporaciones económicas, las compa-
ñías comerciales, los gobiernos o los equipos deportivos?
Dios no tiene el cielo organizado en estantes y archivos, todo bien clasifica-
do por orden alfabético o cronológico... Pero Dios es un Dios de orden. Solo
hay que leer el Pentateuco, las genealogías y capítulos como Nehemías 3 para
ver que a Dios le complacen los listados, los registros y las enumeraciones. Sin
embargo, eso no existe para que haya un orden, como si Dios tuviera un gran
desorden en el cielo. Todo está organizado con el propósito de cumplir la Gran
Comisión. Las grandes corporaciones se organizan generalmente con fines de
lucro; las iglesias, no. Claro está que muchas organizaciones religiosas han des-
cuidado su propósito original y han abusado de su estructura administrativa.
Si bien eso jamás debió suceder, no es una falla exclusiva de las entidades ecle-
siásticas.
La verdadera iglesia descrita en la Biblia, según se la identifica en Apocalip-
sis 12, guarda los Diez Mandamientos y tiene el espíritu de profecía (ver Apoc.
12: 17; 19: 10). También será una entidad global (ver Apoc. 14: 6). Pero, ¿quién es el
que preside esa organización? Es el propio Jesucristo.
«Porque a Dios no le gusta el desorden y el alboroto, sino la paz y el orden.
Como es la costumbre en nuestras Iglesias». «Pero háganlo todo de manera
correcta y ordenada» (1 Cor. 14: 33, 40, TLA).