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SEMANA
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Una distorsión de la realidad
L
o que Dios dice se convierte en algo real: en eso radica la esencia de la Palabra
de Dios y el fundamento para la creación, la salvación y la redención, que es la
base de las Escrituras. Lo que Dios dice se hace realidad (ver Sal. 33: 6, 9). Las ondas
sonoras que salieron de la boca de Dios se convirtieron en partículas de luz, ener-
gía y materia. Los filósofos han debatido desde la antigüedad respecto a la natu-
raleza de lo creado, aunque la Biblia señala claramente a la Palabra de Dios como
la base de toda realidad. De ahí que Dios no pueda mentir (ver Heb. 6: 18; Tito 1: 2).
Si él intentara expresar una mentira, la realidad tendría que cambiar para obede-
cer lo expresado por Dios.
Sin embargo, Dios nos concede a los seres humanos la libertad de decidir si
obedecemos o no su Palabra. A diferencia de la materia, que tiene que confor-
marse a la palabra de Dios, la humanidad no tiene que hacerlo, porque ha sido
dotada de libre albedrío por Dios mismo, gracias a su amor. Podemos elegir la
vida, definida por la realidad de la Palabra de Dios, o la muerte, si no queremos
formar parte de esa realidad divina. Todos los días tomamos decisiones para obe-
decer la Palabra de Dios o para desobedecerla. Sin embargo, cuando elegimos
actuar de acuerdo con la Palabra, se producen resultados sorprendentes.
Dios busca hablarnos de nuevo. Lo hizo en el pasado. Lo hizo en la encarna-
ción y en la vida de Cristo, el cual se convirtió en la Palabra viva. Cuando hemos
atesorado la Palabra de Dios en nuestra mente y luego la rememoramos, esta
continúa hablando, a nosotros y a los demás (a través de nosotros).
Aunque sus promesas se manifestaron en la historia bíblica, estudiarlas en su
contexto nos ayudará a reclamarlas. La base de esas afirmaciones está enraizada
en la fe: no es tan solo una simple creencia intelectual en su existencia, ya que
también los demonios creen que Dios existe (ver Sant. 2: 19). Nuestra fe debe ba-
sarse en la bondad de Dios y en su poder (ver Heb. 11: 6).
Las crisis de fe derivan de creer en el poder de Dios pero no en su bondad, lo
que resulta en aceptar la existencia de un Dios justiciero, indiferente, poderoso, a
quien se teme. El otro extremo es creer en un Dios bonachón carente de poder;
lo cual llevará a creer en un observador candoroso, una especie de Papá Noel que
desea intervenir en los asuntos humanos pero no puede hacerlo. Ambas ideas son
deformaciones de la imagen de Dios que, si nos las hemos hecho, a la larga daña-
rán nuestra fe. La historia presenta filosofías y teologías sutiles y complejas que
buscan retratar y articular esas imaginaciones de Dios. Pero Dios es poderoso y
bondadoso a la vez. Dios es accesible a través del poder de su Palabra. Gracias a