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a

SEMANA

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inVita

Victoria y ciudadanía

L

legado el momento, se promulgó un edicto para asegurarse de que los habi-

tantes de Jerusalén fueran realmente judíos o descendientes de judíos, que se

registraran conforme a su genealogía. Esto aseguraría que los ciudadanos tuvieran

una conexión genética con la ciudad, evitando así que los enemigos de Dios re-

gresaran a dicha ciudad.

Sin embargo, algunos grupos no pudieron encontrar un registro genealógico

de su ascendencia, como se indica en los versículos 61-65. En lugar de incorporar-

los al grupo, fueron «eliminados del sacerdocio». Más adelante en el Nuevo Tes-

tamento (ver 1 Tim. 1: 4; Tito 3: 9) se desaconseja la práctica de verificar las genea-

logías, pues se habían convertido en un ejercicio «interminable» e inútil, ya que en

esos momentos los interesados en ellas no se preocupaban por la seguridad, sino

por la exclusividad.

La teología de Efesios pone de manifiesto que los gentiles y los judíos ahora

pueden ser uno, si están en Cristo (ver Efe. 2: 11-22). ¡Qué idea tan revolucionaria

en aquellos momentos! El apóstol Pablo se muestra opuesto a la división que

mantuvo a gentiles y judíos separados durante siglos, y lo hace, no basándose en

la justicia, sino ¡en Jesucristo!

Jesús es el único que posee el derecho de vivir en la nueva Jerusalén. Siempre

que nuestra «genealogía» se encuentre conectada a Cristo, nuestra ciudadanía

celestial estará asegurada, sin tomar en cuenta si étnicamente somos judíos o

gentiles, es decir, no judíos. Por ese motivo ya no tenemos en cuenta nuestros

registros socioculturales terrenales y los reemplazamos por nuestra conexión

con Cristo.

¡Todo apunta a que se estaba creando una nueva cultura en Cristo, llamada «la

iglesia»! Dos personas de diferentes nacionalidades, culturas o razas podrían te-

ner en Cristo más rasgos comunes entre sí, que con alguien de su propia herencia

genética. ¡Ese es el poder de la sangre de Cristo!