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Nuevo Horizonte

abril-junio

25 de mayo de 2019

Los tesoros celestiales

MEJORAMIENTO

«U

na cosa te falta —le dijo Jesús a

aquel hombre al que solo le faltaba

algo. Lleno de compasión hacia el joven,

intentó abrir sus ojos hacia lo esencial—.

Anda, vende todo lo que tienes y dalo a los

pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven,

sígueme» (ver Mar. 10: 21). Jesús conocía

el corazón del joven y decidió ponerlo a

prueba invitándolo a elegir entre los tesoros

celestiales y las riquezas de la tierra. Le

prometió la mejor recompensa si asentía

seguirlo.

Este joven tenía que renunciar a sí mis-

mo, someter su voluntad a la de Cristo. Estas

eran condiciones esenciales que le permiti-

rían formar un carácter similar al de Jesús.

Aunque parecía riguroso y excesivo, las pa­

labras de Cristo eran sabias y salvadoras.

No había esperanza de salvación para el

joven rico a menos de que aceptara la ex-

hortación de Jesús y la cumpliera. El recha-

zo de la exhortación de Dios por parte de

este joven, dejaba de manifiesto su apego a

las cosas inciertas y finitas de este mundo,

que terminan absorbiendo por completo la

atención de los seres humanos.

Solo le faltaba una cosa, pero era un

principio vital. Necesitaba el amor de Dios

en su corazón. A menos que la solventara,

esta deficiencia sería fatal para él. Todo su

ser estaría influenciado, ya que cuando se

cultiva el egoísmo, este crece de manera

rápida. Para recibir el amor de Dios, debía

renunciar al amor desmedido que tenía por

sí mismo.

Dios no quiere que las riquezas de este

mundo nos hagan perder de vista la cruz

del Calvario, donde el Señor Jesús se entre-

gó a sí mismo por la humanidad. El renun-

ciamiento es la sustancia misma de las en-

señanzas de Cristo.

Al devolverle al Señor lo que habían

recibido de él, los discípulos estaban acu-

mulando tesoros que se les entregarían

el día en que escucharan estas palabras:

«Bien, buen siervo y fiel [...]. Entra en el

gozo de tu señor» (Mat. 25: 21) de la boca

de nuestro Señor, el cual, «por el gozo

puesto delante de él sufrió la cruz, menos-

preciando el oprobio, y se sentó a la diestra

del trono de Dios» (Heb. 12: 2). La alegría

de ver a las almas redimidas, salvadas por

la eternidad, será la recompensa de todos

los que caminan en los pasos de Aquel que

dice: Sígueme.

Jean Tolassy,

Director de Ministerios

Personales y Escuela Sabática

Asociación de Guadalupe,

Unión de las Antillas y Guayana Francesa