MISIÓN ADVENTISTA: JÓVENES Y ADULTOS
DIVISIÓN SUDAMERICANA
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Mi madre y mi padrastro discutían
constantemente en nuestro hogar, situado en
Aracaju, Brasil.
Los problemas parecían empeorar con el
tiempo. Mi infancia estuvo marcada por gritos y
caos. Crecí sin Dios y nunca fui a la iglesia.
Un día, cuando tenía dieciocho años, una tía
muy cariñosa vino a visitarme y se sorprendió
mucho por lo que presenció.
«Esta familia en verdad es hermosa, pero les
falta Dios —dijo—. Vamos a una iglesia. Entraremos
en la primera que encontremos».
Salimos de la casa caminando, mi madre, mi padrastro, mi hermana menor, mis dos
hermanos por parte de mi padrastro y yo. La primera iglesia que encontramos pertenecía a los
adventistas del séptimo día. Entramos, y varios jóvenes estaban llevando a cabo una campaña
de evangelización.
Unos días después, los jóvenes nos visitaron y ofrecieron estudiar la Biblia con nosotros.
Yo estaba en la escuela en ese momento y me perdí los estudios bíblicos, pero mi madre y mis
hermanos participaron. En ese entonces, todos comenzamos a asistir a la iglesia.
La paz comenzó a llenar nuestro hogar, pero solo durante un corto tiempo. Pronto, mis
padres reanudaron sus discusiones y la situación empeoró.
Un día, mi madre no pudo soportarlo más y se fue. Después de eso, dejamos de asistir a la
iglesia. Como no quería separarme de mis dos hermanos por parte de mi padrastro, decidí
quedarme con él.
Transcurrieron varios meses, hasta que una tarde, sonó el teléfono de la casa. Un
empresario de 26 años, llamado Rafael, dijo que estaba buscando una secretaria y me preguntó
si yo quería el trabajo. Ese día, había visitado mi escuela y le había pedido recomendaciones al
director. Mi hermano Jenivaldo, de doce años, había escuchado la conversación y me había
recomendado.
Acepté el trabajo.
Pronto, noté que mi nuevo jefe no actuaba como otros jefes. Oraba antes de comenzar a
trabajar. No comía ciertos alimentos. Un día, mientras iba en su automóvil encendió la radio.
La música que sonó me recordó la que había escuchado en la Iglesia Adventista. Me uní a él
mientras cantaba la canción en el automóvil y al escucharme me preguntó un poco
sorprendido: «¿Conoces la Iglesia Adventista?».
Asentí con la cabeza.
Me comentó que era adventista y me invitó a ir a la iglesia con él, pero yo no quise. Con
frecuencia seguía insistiendo, hasta que finalmente acepté ir un sábado. Luego, fui otro sábado,
un tercero, y después de eso, no pude dejar de ir. Me encantó adorar a Dios en la Iglesia
Adventista y me interesé en estudiar la Biblia. Cuando aprendí sobre el diezmo,
inmediatamente comencé a devolver a Dios el diez por ciento de mis ingresos.
Me bauticé en febrero de 2017 y mi hermano Jenivaldo se bautizó unos meses después.
Con el tiempo, mi hermana Yasmim de dieciocho años, y mi media hermana Evelim de
U
na
propuesta
inolvidable
Grecielly Nascimento
Brasil
22 de junio